lunes, 6 de mayo de 2013

Tres horas, y ya no se que hacer.

Ella me dejó. Y de algún modo, en ese momento, yo también me dejé. Por una cuestión de proximidad caí en la bebida. No para olvidarla, o sanar algo que no llegó a sangrar, sino para hacer mas llevadero este proceso de vivir. Fueron pasando los días; rutina tras rutina, y a decir verdad, sentí que me faltaba algo. Fui para la cocina, luz de las tres de la tarde invadiendo todo, entrando por las ventanas con una cierta impunidad que a veces molesta. Yo todavía en calzoncillos, combatiendo la resaca busque el sacacorchos.
Primer cajón. Nada.
Segundo cajón, revuelvo los pocos cubiertos que hay. Nada.
Esto es una mierda.
Abro una cerveza con el encendedor. Ese que solo hace chispas, que espera a caerse un día de estos atrás de la cocina para no ver nunca mas la luz del sol.
Los primeros tragos siempre arden en el estómago, pero refrescan todo el resto a su paso.
Tenía la panza hinchada y muchas ganas de mear, el baño apesta, pero el limpiarlo es la actividad que menos me gusta. Voy igual.
Mientras meo intento pensar en la matanza de perros en Deán Funes, o el precio del dólar blue, pero no hay caso, es como pensar en no rascarse un grano. Todo me devuelve a ella.
Una vez escuche a un tipo que decía que si no fuera por el alcohol, se hubiera suicidado. Me parece exagerado; y me parece también que de otro modo se estaba suicidando.
Guardé el pito en los calzones y me volví a la cama. Faltan por lo menos tres horas para que se ponga el sol. Y yo ya no se que hacer.