domingo, 28 de abril de 2013

La noche anterior, la del sábado.


No acostumbro a salir de mi zona de bares. Porque conozco los que me gustan. Sé a quién puedo llegar a encontrar y se cómo hacer para evitar encontrar a algunos otros. Tampoco me gusta manejar grandes distancias ebrio, porque se me da por andar rápido y dormir a la vez, así que siempre me pareció mala idea la de salir a emborracharme lejos.
Lo hice de cualquier modo.
Y me crucé la ciudad entera. Terminé en un lugar con demasiada luz, gente demasiado preparada para que algo pase, ansiosos por algo que quizás no iba a suceder. Como siempre.
Sonaba una banda con mucha actitud, pero eran los únicos que la traían, así que fue en vano.
Primer cerveza, todo sigue normal.
Algunos de los concurrentes me llaman la atención, solo algunos. El resto parecen maniquíes de criadero, largados al mundo a dar lástima. Lástima o vergüenza.
Sigo ahí parado. Van tres cervezas, creo. Esto no me está funcionando.
El asunto es que cuando uno no pertenece al lugar, lleva esa actitud. Esa mirada, la del forastero; se nota en todo el cuerpo, es algo que se irradia. A mí nunca me salió bien el asunto de relacionarme con los otros por mis propios medios. Mucho menos cuando los otros son del calibre de estos.
Hasta ahí la cosa iba bien, pero llegó ese momento que termina de inclinar la balanza, y en mi caso, de invitarme a irme. Me dieron una cerveza caliente. Y que no se malinterprete. No me disgusta, ni soy de esos que gustan de quejarse de cosas semejantes. Si hubiera estado en mi zona de influencia esto no hubiera significado nada. Me cambié de bebida. Ron.
Pero la situación ya me pesaba mucho, y no me gusta no sentirme a gusto mientras me tomo mis cosas; no quería pelear ni hacer desastres, así que le llamé.
Resultó ser que ella había estado en la zona, que también le quedaba lejos. Pero se había ido, por las mismas razones que yo estaba soportando a pesar de mí.
Mi viejo una vez me dijo que el objetivo de la vida es estar feliz, y yo en este momento no lo estaba logrando; y aparentemente ser feliz ni estaba en mi lista de prioridades.
Ella se había ido, me dio una dirección, era cerca de los bares chicos, oscuros y con olor a encierro. Mi hábitat.
En un rato estoy por ahí nena.
Con el ceño un poco fruncido, de tanto acariciar vasos diferentes, me dispuse a irme, pero un alguien me frenó. También tenía ron en la mano, así que me quedé.
Hablamos de los viejos tiempos, de los imbéciles de ahora y los de antes. Yo ya me había dado cuenta de que no era un alguien cualquiera, era un amigo. Uno de mis (muy) pocos amigos; así que la charla se extendió por unos cuatro vasos más. Ya era tarde, yo me acordaba de que ella me esperaba de rato en rato. El pasado es extenso y jugoso, así que tuvimos que cortar la conversa en alguna mitad de todas las que tuvo.
Como él también era foráneo en las barras de este costado de la ciudad, partimos juntos.
Los dos estábamos borrachos y nos gustaba la música fuerte, así que fue un viaje placentero; la noche era cálida y todavía era relativamente temprano.
Lo dejé en el centro, con esa sensación con la que se despide a alguien dejando una conversación a medias, habiéndole mezquinado tiempo y palabras. Eso no se hace.
Eso definitivamente no se hace.
Allá fui, cigarro asomado por la ventanilla, olor a ron y la vista un poco turbia.
Me frené en una esquina que creí que era la que ella me había dicho, estacioné y me cruce a un kiosco, compre chicles y me acomodé el cinto para que la hebilla me quede centrada. Siempre se me va corriendo de a poco para la derecha, nunca entendí porque.
Toque bocina, pero no pasó nada.
Toque bocina otra vez, más fuerte. Empecé a dudar si esta era la dirección.
Volví a entrar al carro. Música y cigarro, mirando fijo para todas las ventanas que podía, como si un francotirador me acechara. Nadie se asomó, el tiempo se volvió cruel y la espera infinita.
Y pensar que yo fui mi héroe alguna vez. No es que ya no lo sea, pero de a poco voy perdiendo la fantasía, esa idea de inmortalidad y de que todo es posible.
Ahora. Por este momento, el mundo me consume como a todos. Como a todas esas promesas que terminaron siendo una corta gran carrera y un bonito cadáver.
No toqué otra bocina más. Seguro que ella estaba dormida, y muy probablemente se durmió esperando. Esperando a que yo termine de mezquinarle tiempo y palabras a un amigo.
Mañana voy a invitar a mi amigo a tomar café, y seguro que va a ser un domingo de esos para lamentar…