No acostumbro a salir de mi zona de bares. Porque conozco
los que me gustan. Sé a quién puedo llegar a encontrar y se cómo hacer para
evitar encontrar a algunos otros. Tampoco me gusta manejar grandes distancias
ebrio, porque se me da por andar rápido y dormir a la vez, así que siempre me pareció
mala idea la de salir a emborracharme lejos.
Lo hice de cualquier modo.
Y me crucé la ciudad entera. Terminé en un lugar con
demasiada luz, gente demasiado preparada para que algo pase, ansiosos por algo
que quizás no iba a suceder. Como siempre.
Sonaba una banda con mucha actitud, pero eran los únicos que
la traían, así que fue en vano.
Primer cerveza, todo sigue normal.
Algunos de los concurrentes me llaman la atención, solo
algunos. El resto parecen maniquíes de criadero, largados al mundo a dar lástima.
Lástima o vergüenza.
Sigo ahí parado. Van tres cervezas, creo. Esto no me está
funcionando.
El asunto es que cuando uno no pertenece al lugar, lleva esa
actitud. Esa mirada, la del forastero; se nota en todo el cuerpo, es algo que
se irradia. A mí nunca me salió bien el asunto de relacionarme con los otros
por mis propios medios. Mucho menos cuando los otros son del calibre de estos.
Hasta ahí la cosa iba bien, pero llegó ese momento que
termina de inclinar la balanza, y en mi caso, de invitarme a irme. Me dieron
una cerveza caliente. Y que no se malinterprete. No me disgusta, ni soy de esos
que gustan de quejarse de cosas semejantes. Si hubiera estado en mi zona de
influencia esto no hubiera significado nada. Me cambié de bebida. Ron.
Pero la situación ya me pesaba mucho, y no me gusta no
sentirme a gusto mientras me tomo mis cosas; no quería pelear ni hacer
desastres, así que le llamé.
Resultó ser que ella había estado en la zona, que también le
quedaba lejos. Pero se había ido, por las mismas razones que yo estaba
soportando a pesar de mí.
Mi viejo una vez me dijo que el objetivo de la vida es estar
feliz, y yo en este momento no lo estaba logrando; y aparentemente ser feliz ni
estaba en mi lista de prioridades.
Ella se había ido, me dio una dirección, era cerca de los
bares chicos, oscuros y con olor a encierro. Mi hábitat.
En un rato estoy por ahí nena.
Con el ceño un poco fruncido, de tanto acariciar vasos
diferentes, me dispuse a irme, pero un alguien me frenó. También tenía ron en
la mano, así que me quedé.
Hablamos de los viejos tiempos, de los imbéciles de ahora y
los de antes. Yo ya me había dado cuenta de que no era un alguien cualquiera,
era un amigo. Uno de mis (muy) pocos amigos; así que la charla se extendió por
unos cuatro vasos más. Ya era tarde, yo me acordaba de que ella me esperaba de
rato en rato. El pasado es extenso y jugoso, así que tuvimos que cortar la
conversa en alguna mitad de todas las que tuvo.
Como él también era foráneo en las barras de este costado de
la ciudad, partimos juntos.
Los dos estábamos borrachos y nos gustaba la música fuerte, así
que fue un viaje placentero; la noche era cálida y todavía era relativamente
temprano.
Lo dejé en el centro, con esa sensación con la que se
despide a alguien dejando una conversación a medias, habiéndole mezquinado
tiempo y palabras. Eso no se hace.
Eso definitivamente no se hace.
Allá fui, cigarro asomado por la ventanilla, olor a ron y la
vista un poco turbia.
Me frené en una esquina que creí que era la que ella me
había dicho, estacioné y me cruce a un kiosco, compre chicles y me acomodé el
cinto para que la hebilla me quede centrada. Siempre se me va corriendo de a
poco para la derecha, nunca entendí porque.
Toque bocina, pero no pasó nada.
Toque bocina otra vez, más fuerte. Empecé a dudar si esta
era la dirección.
Volví a entrar al carro. Música y cigarro, mirando fijo para
todas las ventanas que podía, como si un francotirador me acechara. Nadie se
asomó, el tiempo se volvió cruel y la espera infinita.
Y pensar que yo fui mi héroe alguna vez. No es que ya no lo
sea, pero de a poco voy perdiendo la fantasía, esa idea de inmortalidad y de
que todo es posible.
Ahora. Por este momento, el mundo me consume como a todos.
Como a todas esas promesas que terminaron siendo una corta gran carrera y un
bonito cadáver.
No toqué otra bocina más. Seguro que ella estaba dormida, y
muy probablemente se durmió esperando. Esperando a que yo termine de
mezquinarle tiempo y palabras a un amigo.
Mañana voy a invitar a mi amigo a tomar café, y seguro que
va a ser un domingo de esos para lamentar…