martes, 7 de mayo de 2013

Entre la negación y la incertidumbre

Me despertaron el apuro y el sol. Ella todavía dormía con su cabeza apoyada en mi pecho. La miré un rato. Me quedé acostado para que no se despierte, y así poder seguir mirándola.
Recuerdo el olor, y cuando siento ese perfume en la calle, porque alguna pasa, pienso si sabrán lo que significa ese olor. También pienso que la mayoría de ellas no merece oler de ese modo.
Era el sol de las nueve o diez de la mañana el que daba en la cortina, que no hacía más que distribuir la luz, era perfecto. Cerré los ojos, la imagen seguía ahí, el olor también.
Cuando los abrí, ella me miraba con un ojo. Sé que mi cara reflejaba todo lo que me estaba pasando, lo sentí en los ojos y en las mejillas.
¡Puta madre, si hasta respiraba diferente ese día!
Me dijo que tenía que estar en algún lado que no era ese. Ahora que lo pienso, tendría que haberme negado rotundamente a abandonar el momento, pero no lo hice, y el pasado tiene esa cosa de injusticia, que es que uno se da cuenta tarde de las cosas, y las deja pasar, borracho de lo momentáneo; mientras que los lamentos son perpetuos.
Nos miramos un rato, como estúpidos. Ella fue la primera en levantarse. Cerró los ojos en señal de aceptar que la resaca la invada. Yo sabía que mi turno todavía esperaba, pero que mi suerte no iba a ser diferente.
Se paró a los pies de la cama, desnuda para poder hacer un paneo general de la habitación y así encontrar todo lo que traía puesto cuando llegamos. Encontró lo básico, así que me pare y cerré los ojos. Deje que el peso del pasado inmediato cayera sobre mí.
PUM! Llegó, y primero lo sentí en la frente, y después empezó a bajar hasta el estomago.
Me prendí un cigarro. Vi que mi calzoncillo estaba lejos.
Me gusta andar desnudo, se siente bien. La luz seguía muy bien, ella también, pero mas vestida.
Es extraño la forma en la que uno actúa en momentos como este, y digo momentos englobando la noche y el despertar. Ese modo imbécil de comportarse, incomodo, desacostumbrado a estar bien.
Ya vestidos nos fuimos en busca del auto, que estaba afuera al rayo del sol. Lo único que busque fueron los anteojos. Ella llevaba una murga en contramano, entre bolso y bolsitas, y cosas que colgaban de todos ellos. Tenia un lindo caminar, un poco desalineado, pero eso no hacía mas que agregarle encanto.
Escalera hasta abajo, puerta, y ahí estábamos, afuera. A donde la gente era inmensamente infeliz, y las cosas les molestaban.
La resaca no tenia gran protagonismo.
En la lejanía de la cortina, el sol quemaba cuando podía, y cuando no podía, se conformaba con calentar.
Sudor. Adentro de la ropa brotaba por todos lados.
En el interior del auto la noche seguía en pausa, el olor al cigarro, la música, las botellas tiradas en la alfombra.
Bueno, chau, me dijo, y le plante un beso de novela de las tres de la tarde.
En ese momento podría haber hablado en un colombiano de lo más convincente, pero el cordobés me sigue pareciendo un excelente idioma, así que me dediqué a lo mío.
Para cuando estaba en la esquina, ya me di cuenta de que la cosa era rara, era una despedida de algo que no se va, que nunca estuvo; pero aun así me pareció oportuna.
La noche de ese día fue larga, más oscura que las demás, y me sentí más solo que siempre, o que nunca. Brindé varias veces por ella, y algunas otras por mí.
Me tome todos los tragos que necesité. Traía algo roto adentro, me di cuenta después de un rato de terapia en la barra.
Las despedidas son una mentira, son extender un cheque de una cuenta bancaria que uno no conoce. Son vender cosas sin manual para el usuario.
El eterno problema de pasarla bien es ese mismo, el resto de la vida.
No volví a saber de ella, no por falta de intentos, más bien por falta de respuestas.
Y es que hay cosas que se aprenden de noche.
"Una certera negación, es mejor que cualquier incertidumbre"
Y me pedí otra vuelta. Esta vez ya no brindé por nadie...