viernes, 12 de abril de 2013

Un muerto y una oportunidad en el ropero


Nos encontramos 15 años después. Ya habíamos abandonado ampliamente la década de los 30.
Hacía unos años, yo le había prometido ir al cine y después a un bar. Siempre que pensaba en ella recordaba eso.  Y es que la memoria no es selectiva. Uno se acuerda de lo que se acuerda y ya. Sin opción ni decisión.
Algunas veces, estando en casa, mientras miraba el roble en el patio delantero, pensaba qué hubiera sido si no nos hubiéramos escondido tanto. Huido de esa forma. Si nos hubiéramos animado una vez por lo menos.
Pero ya es tarde, ya no estamos en la cresta de la ola. Nos encontramos a darnos lo que nos debemos, no lo que nos queríamos dar.
Hubo una vez. Una vez que recuerdo muy bien, en la que estábamos ahí los tres. Ella, su novio de aquel entonces y yo; y hablábamos mientras nos mirábamos, estudiándonos. Yo sé que ella de algún modo me comparaba con él. Hasta yo mismo me comparaba con él. Pero él no era el centro de la atención, de hecho ni lo registramos.
Estábamos en un bar. Uno de esos barcitos de nueva córdoba, mesas rojas de Brahama y sillas haciendo juego. La mesa era cuadrada, lo cual suponía una distancia aun mayor entre nosotros. Entre ellos y yo, a pesar de lo que fuera que hacíamos ahí.
De cuando en cuando yo le echaba una de esas miradas mías, a ver como llevaba la situación; cómo recibía la tensión que se generaba. Ella y yo hablábamos mirándonos a los ojos, el contexto se deshacía en cada relato, en cada recuerdo que traíamos al ahora.  El interrumpía con comentarios en su mayoría estúpidos o fuera de lugar. Se sabía afuera del juego.
Ese día nos tendríamos que haber besado y desnudado y todo el rollo, sin importar los testigos, como un crimen pasional de esos que asombran, que dejan muchos testigos llenos de incertidumbre por lo súbito de los hechos. Pero no lo hicimos. Nos condenamos al eterno deseo, a la cosa pendiente.
Era una noche espectacular. Las cervezas estaban heladas y la luz fría de un poste le daba en la cara. El flequillo le servía de algún modo de protección a los ojos.
Yo la tenía al frente, y me deshacía en cada conversación, pensando en lo que podria ser de mi si estuviera del otro lado de la mesa. Me levanté y me fui, por amor propio, y falta de ajeno.
Hoy siento como si me hubiera ido a dormir esa noche, y me hubiera levantado ahora, viejo y cansado.
Un día antes de juntarnos, me mandó un mensaje que decía: - Hace tiempo me separé de él, pero no puedo verte, tengo ahora un muerto y una oportunidad en el ropero.