Era de mañana, me senté en el Sorocabana. Cortado en
jarrito, por favor. Era un miércoles lento. Feriado 9 de julio, a mí no me decía
nada, más que esos tipos vendiendo banderitas para enganchar en la ventanilla
del auto.
Recuerdo que una vez le hablé desde acá, desde esta misma
mesa; y ella no vino, se había golpeado el pie o le faltaba un poco para
decirme que no quería verme.
A la gente le pasa, nunca me dicen que no quieren verme,
siempre es un pie, un repuesto del auto o una cena con la familia. Reconozco
que no soy de los más graciosos, no en estos últimos tiempos; las borracheras
se me dan cada vez peor, más fácil y más intensas.
Vino el mozo. Siempre me toca el mala onda. El canoso
siempre se queda adentro, y lo veo sonreír mientras atiende a los clientes,
ofrecerles esa charla corta con risas, el tiempo justo antes de empezar a
molestar, el tipo hace un gesto semi japonés de saludo y se va. Los clientes
abren el diario, sacuden la cabeza levemente de lado a lado sonriendo y se sumergen
en la lectura noticiosa. A mí me gustaría ser uno de esos, pero no lo soy.
Nunca soy uno de esos, y empiezo a sospechar de mí mismo, de una especie de conspiración
contra mi propia felicidad.
Me quedo afuera, el negro me tira el café sobre la mesa de plástico
de Quilmes. Los de adentro tienen mesas y sillas de madera.
Saco la caja de cigarros, 3 next. Hubieran sido suficientes
si no me hubiera acordado de ese mediodía de las llamadas. Me prendo uno, la
mirada perdida en la plaza san Martín El cigarro en la derecha, el codo de la
izquierda sobre la mesa. Me gusta ver a la gente que pasa, que viene del
mercado con sus bolsas de montón de cosas que compraron más barato que en otros
lados. Nadie parece feliz, es como si la felicidad estuviera reservada para
cierto rango etario. Parece injusto.
Algunos de los que andan con sus hijos, pequeños ellos, también
parecen felices, pero no todos.
Los sigo mirando. Intento mirar a todos los que pasan por mi
lado, mientras fumo y muevo el pie.
Le hago la seña al mozo, me mira, pero me ignora un rato. Sabe
que en breve va a salir a cobrar la mesa del lado. No me molesta tanto, creo
que yo haría lo mismo, así que espero. En mi cabeza, por alguna razón, me pasan
algunas imágenes de una buena época que tuvimos (antes de la mala) y suena
Freddie King con “Walking by myself”.
No estoy triste.
Tampoco me cuestiono cosas, ni pienso “en que hubiera sido”.
Fue un momento diferente a este, sería injusto compararlo. Injusto conmigo, que
tengo que andar por ahí, viviendo todo el tiempo y siendo responsable de lo que
le pasa a los otros en relación a mí. Sería injusto con ella, supongo que por
lo mismo.
Viene el mozo, los de la mesa del lado se están levantando, así
que es rápido para cobrarme. Quiere tener tiempo suficiente para atender cómodo
a los otros, y ahí es cuando pienso. ¿Será que a algunas personas las hago
sentir cómodas, y por eso me tratan de forma descuidada?
No le dejo propina, no por atenderme mal, sino para sentirme
mal yo. Por no haberme sentado adentro, que es lo que me prometo cada vez que
me voy, mal atendido.
Cruzo la plaza, me meto por la peatonal y me voy hasta
general paz. Me gusta andar con tiempo libre por acá, ver a los payasos patéticos
con sus globos deformes. A los que venden relojes, esos negros que nadie sabe
de donde aparecieron, pero que son tan pero tan negros, que uno apostaría que
uno de sus progenitores es una morcilla; los que venden gorras hace 25 años en
el mismo puestito. Toda la fauna del centro llama mi atención, pero la verdad
es que no pasa nada.
Acá no pasa nada.