lunes, 31 de diciembre de 2012

Nada nuevo


Se levantó sola y con resaca. Nada nuevo.
El sol entraba por la ventana y dibujaba un triángulo que cubría todas las posiciones que hubiera podido buscar a lo largo de la almohada.
Con los ojos cerrados, cegada por la luz de esta madrugada al mediodía, estiró la mano buscando los cigarros. No estaban. Volvió a intentar, pero esta vez con la otra mano. Nada. Y fruncía la cara, negándose a recibir la luz, a aceptar que ya era el día después.
Tenía sed.
Lo mejor de la noche es que se manifiesta como un tren, que acelera y acelera, y termina justo antes de que uno sepa si tiene algún destino. Lo malo, es esto; el saber que uno en algún momento se bajó convertido en algo peor de lo que era.
Arrastró la mano por el suelo, pero no encontraba ni los cigarros ni la ropa, que normalmente quedaba en ese ángulo que se forma entre la mesa de luz y la cama, y nada.
Estaba vestida con el short que desde hacía algunos años usaba para dormir, una remera vieja que se llevaba mal con los corpiños y nada más. Ni pulseras ni anillos ni nada.
Forzar la memoria en esos despertares es una apuesta difícil, que suele llevar a callejones sin salida. Podemos encontrarnos expuestos, como estar desnudos esperando complicidad de alguien vestido, y no encontrarla.
Estaba segura de que había comprado cigarros, y que debían quedarle. No sentía la molestia en las vías respiratorias de haber fumado mucho. Si sentía la menta del mojito, dulce fantasma que viene a acechar por la mañana, junto con la saliva amarga, espesa que se demora en recorrer el camino hacia el estómago. A ciencia cierta, su recuerdo llegaba justo hasta el momento de salir a fumar flores, después eran todas imágenes pintadas con acuarela, borrosas, gastadas.
Estaba dispuesta a levantarse e ir hasta la cocina, pero la remera era holgada y las tetas grandes, mala combinación cuando se convive con tres pibes que viven al borde de la paja constante.
Después de mucho darle vueltas al asunto, se levantó, y apenas lo hizo, sintió el puñal que le habían clavado los mojitos y las flores. Un camino de ropa, prenda por prenda desde la puerta hasta la cama, sin llegar hasta ahí. Ganó el apremio, la necesidad, la desnudez.
Se quedó ahí, helada recalculando.
La verdad es que no sé porque me fui esa mañana antes que se despierte.
No me gustan las despedidas, y nuestro tren parecía fuera de control. Tampoco sé porque me llevé los cigarros, supongo que fue para que se me haga más leve la caminata  a casa.
Nunca me gustó el mojito.