jueves, 10 de febrero de 2011

Family Game de treintañeros

Cuando conocí a Carlos y Sebastián, lo me llamó la atención fue su mezcla de sofisticación y marginalidad. A decir verdad nunca pude, y hasta el día de hoy no puedo, identificar si son artistas, delincuentes o ambas cosas.
Esa noche salimos y nos encontramos con dos amigos de ellos. No cabía duda alguna, esos no eran artistas.
Fuimos a una zona en la que no importara que puerta tocases, en todas pasaba lo mismo. Mujeres bailando con poca ropa, bebidas de esas que funcionan como analgésico de la realidad y drogas de las duras, fábricas de miradas fijas.
Creo que al tercer bar perdí la capacidad de racionalizar las acciones, me movía por instinto. Ellos todavía tenían mucha conciencia por perder.
Íbamos rotando, de cueva en cueva por unos pasillos de tierra. Todo era esporádico ahí. Entrábamos, tomábamos algo, abrazábamos a alguien, y antes de irnos, lo amenazábamos de muerte. Nada dura en esos lugares, ni los lugares mismos.
El ultimo cuchitril al que entramos tenia un cartel muy chico, que escrito a mano rezaba “zona liberada”. Yo realmente creía que no podía existir una zona más liberada que toda la anterior, pero evidentemente me equivocaba.
Ahí era todo lo anterior, sexo, drogas, bebida y confusión, pero absolutamente potenciado.
Un hombre masturbaba al tipo de detrás de la barra mientras este servia unos vasos con una llamativa prolijidad, para terminar tomándoselos el mismo.
Nadie se percato que entramos.
En este lugar fue el único en el que no nos sentamos.
Tomamos unos vasitos de algo celeste transparente, con gusto a anís. Supongo que era absenta, pero no podría asegurarlo, no podría asegurar nada de todo lo que paso esa noche.
A la salida, algo obstruía la puerta, dejando abrir solo la mitad.
Creo que fue Carlos el que empujo la puerta, insultando al gracioso, pero nadie contestó. Empujó más fuerte y logró abrir.
Del otro lado había una chica tirada, absolutamente fuera de si. Uno de los desconocidos, creo que al que llamaban Bagre, cargo la chica al hombro y nos fuimos para un galpón que tenía.
Entramos por un portón de chapa, el lugar estaba repleto de hierros, partes de autos e incluso un auto entero en estado de franco abandono; al final de todo el chaperío, había una cama, una mesa, cuatro sillas y una pequeña cocina que parecía virgen de todo intento de limpieza.
El Bagre tiró a la chica en la cama y empezó a desnudarla, el resto nos fuimos a tomar una botella de ron a la mesa, que estaba a escasos tres metros de la cama.
Mientras Sebastián y el Chulo, el otro amigo de ellos, tomaban largas líneas finitas de cocaína, Carlos y yo intentábamos apilas los vasos de shot, pero eran tan pocos, que antes de lograr encimar tres, teníamos que volver a utilizarlos.
Los resortes de la cama empezaron a crujir, el Bagre estaba en acción sobre la joven, y todos empezamos a exaltarnos.
No abandonamos nuestras acciones, pero si disminuimos la velocidad, todos esperábamos estar ahí, donde estaba el Bagre.
El tipo hizo algunos ruidos, se levanto e hizo una seña con la mano, invitando al siguiente, que resulte ser yo, ya que los otros estaban todos ocupados con sus porquerías.
Me quite la ropa y ahí fui, monte a la joven como si me hubiera seducido. El corazón me latía descomunalmente, no por amor, sino por cercanía a la sobredosis.
La toque como invitando al acto, no respondió de modo alguno, pero aun tenia temperatura y respiraba, así que ahí fui.
Le di despacio y nada, así que descargue toda mi energía, y se escuchaba el cabezal de la cama golpear firmemente contra la pared del galpón. Terminé, di una cachetada de felicitación a la inconciente damisela y me volví a la mesa. Otro fue e hizo lo mismo, y después otro más, y la ronda volvió a empezar. Por momentos me recordaba a mi adolescencia, cuando nos juntábamos con los chicos del barrio en lo de alguno que tenia videojuego, y estábamos desesperados, ardiendo de impaciencia para que llegue nuestro turno, y ahí se iba, en minutos, pero valía la pena, y esos breves minutos proveían la satisfacción suficiente como para esperar otra ronda más.
Ese sentimiento volvía ahora, tantos años después.
Como a la tercera vuelta, la chica se doblo en una arcada y comenzó a respirar con desesperación, no entendía a donde estaba, pero tampoco entendía nada de lo otro, así que le dimos unos vasos de ron y unas rayitas de coca y se volvió dócil nuevamente. Ahora estaba conciente, pero dócil.
Otra vuelta más, pero la cosa mejoraba. No podía esperar a que sea mi turno, estaba como loco.
Empecé a darle, y a acariciar sus muslos, sus pechos y a mirarla a los ojos. Ella lloraba, pero no me quitaba la mirada de encima, me gustó.
Fui bien despacito, para disfrutar de mi turno, hasta que el llanto lo interrumpió todo.
Le ofrecimos unas rayitas más, y se tranquilizó de nuevo, y el llanto volvió a ser silencioso, por lo menos.
En eso que estábamos, mientras le tocaba el pelo, la acariciaba y la montaba, empezó a sacudirse de un modo que jamás había visto, me sume a la emoción, y extinguí mis energías. De cualquier modo tendría tiempo de recuperarme hasta el siguiente polvo.
Comenzó a sangrar por la nariz y no paraba de sacudirse.
La sangre le bajaba entre los senos y caía a la cama, era un chorro constante, y no paraba de sacudirse. La sangre no me molestaba, de cualquier modo me faltaba poco, podía sentirme venir, y vine. Al mismo tiempo que yo me vine, ella se fue, no era vigor lo que tenía, sino una tremenda y fulminante sobredosis.
Me levante, mire a los muchachos y sin preámbulos, dije: Muchachos, recién se muere, así que esta vuelta va a tener que ser rápida, que se enfría.