miércoles, 9 de febrero de 2011

El hombre que esperaba el domingo

Cuando lo conocí, me pareció un tipo simpático, pero la simpatía no me alejaba de las ganas de propinarle una golpiza. El tipo era un imbecil, y por su modo de actuar, me di cuenta de que le pegaba a su mujer y se emborrachaba seguido. No me creí su cuentito. La reunión fue un asco. Comimos y bebimos como seres prehistóricos, hasta que los invitados empezaron a irse.
No voy a mentir, lo mío con el trago no era algo inocente, pero no llegaba a ser un problema. Así que me quede, incluso cuando todos hubieron partido, para tomar unos vinos más con los dueños de casa.
Mientras el hablaba estupideces y su exquisita mujer atajaba sus pechos para que no se salieran por el enorme escote de su vestido blanco, yo no paraba de pensar en cosas que nada tenían que ver con la conversación, la cena o el día en general.
Pensaba en lo efectivo del transporte de los esquimales, que ahorran en todos los conceptos, porque su vehiculo es el que les cuida la casa y a la vez duermen con ellos, por lo que no gastan en calefacción.
Salí de mi lapsus cuando el imbecil, Malcom era su nombre, se excusó para ir al baño.
Asentí con la cabeza y lo mire detenidamente a la cara. Hizo un gesto, como en agradecimiento, y apoyando las manos en los posabrazos de su silla se incorporo, corrió la silla hacia la izquierda y salio por la derecha. El salón era gigante y lujoso, creo que solo con la decoración que había allí, yo hubiera comprado la pensión en la que vivía por el momento. Terminó el salón, salio por la puerta.
Mire fijo a su mujer, esperando que emitiera algún comentario. Ella justo estaba mirando hacia abajo, se le había escapado un pecho, pero no lo acomodo de nuevo y me quedo mirando, con una pequeña mueca dibujada a los costados de los labios.
Fruncí el seño, la mire fijo y dije: Puedo ayudarte con eso, me siento absolutamente capacitado.
Ella no dijo nada, se quedo ahí, del otro lado de la mesa, con el mismo gesto inmutable, con un pequeño movimiento pendulante, producto del trago.
Apure mi copa, y me apresure a rodear la mesa. No se movió. Así que la bese y toque sus tetas, y las chupe y hasta me las pase por toda la cara, pero ella miraba a la puerta.
En todos mis años de pintor, y en mis pocos años de pintor reconocido, jamás había visto un cuerpo de ese calibre, semejante perfección, simetría, una textura que provocaba acariciarle y no dejar de hacerlo, y sus modos eran de lo mas seductores. Mas no así los de su marido, que entro a la habitación mientras yo acariciaba, admirado, el pubis de su mujer. Y ahí fue cuando mis sospechas se hicieron reales y mi desprecio se vio justificado. El hombre arremetió contra su mujer, dándole golpe tras golpe en la cara, arruinando todo, la textura, el color y las formas. Ella no gritaba, no reía ni lloraba, solo sangraba y se hundía en la humillación.
En cuestión de minutos, me vi golpeando al dueño de casa con un candelabro que parecía ser antiguo, más por el peso que por el diseño. Era una de esas cosas que cuesta levantar, pero se disfruta mucho al hacer bajar, y a cada bajada, desgarraba y arrancaba y cortaba jirones de piel, y todo se hinchaba y se manchaba.
No supe contenerme, y el hombre no tardo en morir, ahogado en su propia sangre, dientes y bronca. Sus ojos quedaron abiertos mirándome, con una de esas miradas que calan hondo. De esas que uno recibe muy pocas o ninguna en la vida.
El episodio había terminado, según mi parecer, pero no.
La policía llego, con sus luces y sus armas, sus gritos y sus perros. No me dieron tregua.
Antes que el muerto se enfríe yo ya estaba preso.
Preso.
El abogado me explico que aduciríamos emoción violenta y tendría que ir preso unos meses, pero que no seria mucho, todo estaba bajo control.
Cabe aclarar que como soy pintor, y a pesar de tener cierto reconocimiento, no tuve dinero para costear un abogado especialista, por lo que termine a cargo de un abogado del estado, que sin importar mi destino, cobraría su sueldo.
Así que fuimos al juicio, y en dos audiencias, el juez ya tenia su veredicto. Absolutamente culpable, y a pudrirse en la cárcel como una rata.
Sé que no dijo eso, pero su tono de voz era ese, sin importar la emoción violenta, la piel de esa mujer o el imbecil (muerto) de su marido.
Seis años preso. Seis años encerrado, solo con hombres. Hombres que te quieren matar y hombres que te quieren violar; y hombres que te quieren convertir a su fe.
Seis años preso.
Al día siguiente de todo eso, a las diez de la mañana, un pequeño colectivo vino y nos subió a quienes éramos criminales sentenciados.
Llegamos a la penitenciaria de Bouwer.
Sucede que hay fracciones de la vida que parecen tomados de una película, pero no es así, sino totalmente al revés. Son los fragmentos de las películas los que emulan la vida real.
Apenas llegamos, a uno que llamaban el chueco, lo estaban esperando para apuñalarlo, y cumplieron con su cometido. Le desgarraron el costado con un cepillo de dientes que prolijamente habían raspado contra alguna pared o pedazo de piso de las instalaciones.
No supimos nada mas del chueco, quizás murió, quizás lo trasladaron…
Recuerdo haber pasado mucho tiempo desempleado, o con muy pocas cosas para hacer, sumido en la miseria y el hambre, pero nada se compara con estar preso.
Todos los domingos ella me venia a visitar, así que intentaba mantener la cabeza ocupada, leer o pintar, cuando me lo permitían, para que la semana se hiciera sufrir un poco menos.
El domingo, como dice una canción de Jaime roos, la ansiedad me malhería. El horario de visita era a las 11 de la mañana, así que desde las 8 que nos levantábamos hasta esa hora, era un suplicio.
Todos éramos buenos los domingos en el horario de visita, hasta las 3 de la tarde. Después todo volvía a la normalidad y la violencia y el silencio se adueñaban de todo y de todos.
Una vez que paso mas o menos un año de mi encarcelamiento, ella ya no tenia el mismo gesto, estaba cansada, y parecía pensar que hacia esto por estar en deuda, ya no tenia ganas de verme los domingos, y empezó a faltar fin de semana de por medio, hasta que no vino mas. Y eso es terrible
Espere y espere toda la semana, leí y pinte, cocine y evadí los problemas, no podía estar en penitencia, ella vendría. Tenía que venir, pero no. Otro domingo más, y todavía me quedan cuatro años y medio. Cuatro años encerrado, solo con hombres. Hombres que te quieren matar y hombres que te quieren violar; y hombres que te quieren convertir a su fe.
Cuatro años y medio solo.