jueves, 13 de enero de 2011

Mi (nuevo) mejor amigo.

El tipo tenía un perro, un colchón y una caja de vino, nada más.
Yo, un departamento, un auto, una empresa y un socio absolutamente pelotudo, pero no me venía mal.
Para una fiesta de fin de año, nos llevamos cuatro putas a las oficinas, 23 botellas de champagne y no se cuanta cocaína, pero todo era suficiente.
Recuerdo haberme levantado, con la garganta seca, semi desnudo y no recordar absolutamente nada de la noche anterior. Todo olía a sexo y champagne, todo.
Logré incorporarme, o por lo menos hacia de cuenta que en eso estaba.
Di vueltas, busque y busque, pero no quedaba ninguna puta en todo el lugar. Tampoco podía encontrar a mi socio, cosa que no me preocupaba en demasía.
En el lugar aparentemente no faltaba nada, así que decidí vestirme e irme.
Mientras me dirigía a la puerta, escuche un ruido. No muy fuerte, pero suficiente como para sentirlo.
Busque y busque, pero no aparecía nadie, hasta que escuche un gemido venir de la terraza.
Subí.
El reflejo del sol en la membrana me cegaba, era imposible estar ahí, el calor parecía derretirlo todo. Llegue muy sudado, y realmente no veía un carajo. Si hubiera comido algo, de seguro lo estaría vomitando en este momento.
Los vi.
Había una puta con la panza apoyada en un aire acondicionado, y mientras mi socio se la daba por el culo, ella esnifaba de panza de otra, que estaba desmayada – o muerta- en el suelo.
Eh! Grité. A donde están las otras?
El tipo estaba absolutamente todo sudado y pasado de coca, hizo un gesto con la mano, como que deberían estar por ahí.
Me costo mucho encontrarlas, pero lo hice. Estaban abajo del tanque, en la única sombra que tenia la puta terraza.
Podrían ir saliendo, no? Dije mientras me sacaba el cinto y desprendía el botón del pantalón. Esas mujeres no estaban bien. A una se le caía la baba, mientras le chorreaba un hilo muy finito de sangre por la nariz, pero yo le miraba las tetas.
Esas tetitas están demasiado blancas, no les vendría mal un poco de sol. Dije en tono agradable.
Supongo que mi cara no era mucho mejor que la de esas mujeres, pero al menos todavía podía hablar. La mire.
Vamos, mira lo que tengo. Y saque un poco mas de polvo para la nariz.
Se pasó la mano por la cara, desparramando mocos, saliva y sangre.
Bueno, dame un poquito mas, dijo. Y se acerco como pudo.
Tire la bolsa al piso y me saque los zapatos, ella llegó gateando hasta ahí.
Si te quedas como estas, me harías un favor, le dije, y le puse una mano en cada lado de la cadera, acomodándola.
Saque mi cosa y empecé a darle. A decir verdad, creo que no tenia ganas de hacerlo, pero ya habíamos pagado por ello. Es como pedir que te envuelvan la comida en un restaurante; no estas seguro de si la comerás o no, pero no la queres dejar ahí.
Esa mujer hacia ruidos extremadamente raros, era como si estuviera atragantada con algo.
De bien que veníamos, sus brazos se vencieron y dio con toda la cara en piso. Su cara estaba absolutamente estropeada, pero yo seguí con lo mío, y ella no dijo nada.
No estábamos bien.
Termine y le di una nalgadita, como festejando, pero no se movía. Estaba tirada, con la cara en el piso y el culo apuntando al cielo. Justo como me a mí me gusta.
Me vestí y decidí irme. Sabia que en casa tenia unas cervezas frías y con eso palearía un poco la resaca, además en esta maldita oficina no hay tele.
Baje la escalera, fui por el pasillo y vi algo extraño en la puerta.
Siempre odie esa puerta. Yo no quería un vidrio esmerilado, prefiero el espejado o sin vidrio, pero esa cosa de presumir y nunca llegar a entender que hay del otro lado, no me inspira confianza.
Policía, dijo una voz, abran la puerta!
El tiempo se detuvo. Mire a mi alrededor, era el mismísimo caos. Había sangre, drogas, botellas y ropa de prostituta por todos lados, era imposible salir bien parado de esta situación.
Un segundo, respondí.
No sabia si arreglarme las ropas o buscar la escopeta recortada de mi escritorio.
Elegí la segunda opción, sabia que de cualquier modo lo perdería todo.
Me acerque a dos pasos de la puerta, extendí el brazo apuntando a la cabeza de la silueta que se marcaba en el vidrio. Gatillé.
Un estruendo inundo el lugar. Fuego, sangre y pedazos de vidrio mezclados con sesos adornaron el hall. Hasta yo estaba lleno de esa cochinada.
El cuerpo cayó al piso. Baje el arma y me asomé.
No había patrullero ni sirenas ni armas. Era el puto borracho haciendo un chiste.
Parece que ahora tengo perro.