miércoles, 12 de enero de 2011

2 cuentos juntos

Termo de bronce


Por primera vez, en doce años de servicio, me toco estar de guardia cerca de mi casa.
Allí conocía a todos, los que compraban, los que vendían y los que querían hacerlo.
Por fin podría pedirle pizza gratis al gordo de la esquina. Después de todo, estamos al servicio de la comunidad, y lo menos que pueden hacer por nuestro servicio es alimentarnos. Es lo que corresponde.
Subo al patrullero y comienzo a girar, una noche tranquila en el barrio.
Mi primer parada fue en lo del ciego, que era el que traficaba sustancias, solo pase a cobrar y ver que podía conseguir.
Unas rayitas después, vuelvo a girar, era hora de comer. Además el gordo solía cerrar temprano los días de semana.
Me bajo del móvil, estricto borcego punta de acero negro, el símbolo de la autoridad.
Acomodándome el cinto por debajo de panza, pregunto si no habrá algo para la patrulla, prometiendo que pasaríamos a la hora que cierren, para “tenerlos cuidados”.
El gordo me mira, sé que esta cansado de estas cosas, pero es el modo en que funciona el método. Yo se que no voy a pasar cuando esté cerrando, el también, pero nadie dice nada y me da la pizza, de mala gana.
Comimos con mi compañero mientras escuchábamos algo de música y hablábamos de cosas que nos pasaron en situaciones de guardias nocturnas. Suárez, mi compañero, me contó que en otras zonas, más para el bajo, a cambio de no apresar a prostitutas, se la hacia chupar en el móvil.
Ya teníamos una próxima parada, al final, era una noche repleta de cosas para hacer.
Y yo que creía que nos aburriríamos.
Llegamos a lo de la Mary, que era la que manejaba las chicas del lugar.
Mary, hay un llamado de los vecinos, dicen que este es un barrio decente, y que tus chicas dan mal aspecto al lugar, sabes como son. Vamos a tener que llevarlas a todas a la seccional, es una cuestión de papeles nomás. Dije, y me quede esperando la respuesta.
Ahora la llamo a la Camila a que los arregle, contestó.
A pesar de la sorpresa, asentí con la cabeza y me fui para el patrullero.
Que sean dos chicas, dije mientras me desprendía el cinto.
Si, dijo la vieja, con voz de hastío.
Suárez, en el asiento del acompañante, con la puerta abierta, ambas piernas afuera del móvil empezó a ser succionado, los ruidos eran fuertes, el gemía y yo me empezaba a calentar.
Esperaba mi chica mientras me sobaba la bragueta.
De repente, de una puertita con luz roja, aparece un travesti que no media menos de 1,90.
Hoy, la suerte esta de mi lado, pensé. Y es que estos travestis si que saben chuparla. Te deslizan la mano por toda la verga, mientras van lamiendo las bolas, dando pequeños chupones, y luego, cuando menos te lo esperas, se la meten toda en la boca.
La Camila hacia lo suyo, y empecé a sentir que me venia, así que la agarre de la nuca, y para cuando el jugo estaba por salir, le empuje la cabeza.
Hizo una arcada, pero ya estaba, le había dejado todo en la boca.
Muchas gracias mamita, le dije. Me prendí el cinto, mire a Suárez y arranque la patrulla.
Un rato después estábamos de nuevo en las calles.
Las tripas me hacían los peores sonidos que pude escuchar, empecé a tener miedo de que fuera algo serio.
Tengo que ir a casa, me estoy cagando, dije.
A tu casa entonces, dijo mi yunta.
Llegamos. Todas las luces estaban apagadas, menos la de la habitación. Cosa extraña para estas horas.
Baje corriendo, abrí la puerta y encaré por el pasillo. Solo me gusta usar el baño de la habitación, al otro nunca lo quise.
Me agarro del marco de la puerta para girar, y en cuanto me asomo, escucho gemidos de la voz de mi mujer y el ruido de la puta cama, que siempre me olvido de ajustar.
Desenfundo la 9mm y prendo la luz, al grito de: Hija de puta, yo laburando y vos acá, curtiéndote a todo el barrio!
Termino de gritar, y para cuando hago foco, el que estaba sobre mi mujer, no nadie mas y nadie menos que el negro que vende relojes en la peatonal. Ese que es negro, negro, negro; así que le dije mientras lo apuntaba: Negro, quiero que salgas de arriba de mi mujer y te pares al lado de la cama.
Vos, puta, salí de la cama también, vamos al baño que me estoy cagando.
No nos podes hacer entrar ahí, gordo enfermo! Me respondió.
Blandí el arma en el aire. Si, puedo, dije.
Ahí estábamos los tres, mientras yo cagaba.
Mi mujer se había llevado una sabana para taparse, y el negro el cubrecamas.
Siempre me aburro mientras cago, pero esta vez tenía muchas cosas para hacer, así que apunte al negro.
Sáquense las colchas hijos de puta, dije. Bien que no les importo echarse un polvo mientras que yo no estaba.
Mi mujer soltó la sabana rápidamente, pero el negro se quedo mirándome, hasta que insistí.
El cubrecama cayó al piso y ahí entendí porque no quería soltarlo.
Un termo bronceado colgaba de sus piernas, era como una gran morcilla, con venas marcadas por todos lados. Nunca había visto una cosa semejante, realmente me sorprendió.
Me limpié el culo como pude y los arrié hacia la habitación de nuevo.
Saque el celular y se lo di a mi mujer.
Sacame una foto le dije, y me acerque al negro. Me arrodille y puse mi cara cerca de la tripa que le colgaba, pistola de por medio.
Ella saco la foto, la cosa empezaba a ponerse rara.
Levanté el arma apuntando a la cara de mi mujer y dispare tres veces.
Mancho toda la habitación, pero no llego a gritar. Fui hasta el cuerpo, tome el celular y camine hacia el negro, extendí la mano y le dije: Señor, lo felicito, nunca había visto una poronga de semejante tamaño, usted debería estar orgulloso. Me di vuelta y me fui a mostrarle la foto a Suárez, seguro que no me creería sobre el tamaño de eso.

-------------------------------------------------------------------------------------



Paraguas y sorbete


La vi sentada, su cara no era horrible, pero tampoco era linda. No gaste tiempo mirándola. Estaba demasiado seguro de que me quedaba poca vida como malgastatarla en más mujeres histéricas.
Tomaba un trago estupido, con sombrillita, sorbete y quien sabe mas adorno. Todo aquello era estúpido, su cara, su pose, todo. Pero no me sacaba la mirada de encima, eso la hacia un poco mas respetable, pero seguía sin ser la gran cosa.
Me terminé la tercera medida, todavía estaba sobrio. Que poco me gusta estar sobrio. Casi tan poco como esta ciudad de mierda, llena de imbeciles comemierda. Ratas.
Otra medida! Grité al mozo, que apenas me miró de reojo.
Nada.
El tipo seguía inmutable, hablando con una vieja que solía ser una linda prostituta. Cuando las carnes y los dientes se caen, por mas empeño que se le ponga, no es lo mismo.
Secaba un vaso mientras la miraba y hablaba. Todo para ahorrarse 15 billetes e irse a su casa con una mamada gratis. Menudo degenerado.
Eh! Otra medida dije!
Esta vez giró la cabeza, sonrió irónicamente y volvió a la vieja puta.
Me levante, enojado por demás, tirando la banqueta con la parte posterior de mis rodillas, mientras que con la derecha agarre el vaso y abanique el brazo. Le va a doler, me dije.
Los vasos de estos bares mugrientos no están hechos para ser vistosos, sino para resistir. Quien sabe cuantos tipos que ya son cadáveres tomaron de este vaso. Este que voy a revolear.
Abanique y ahí fue. Justo entre la oreja y el ojo.
El tipo dio dos pasos al costado como aturdido, y antes de que entienda la situación, un fino hilo de sangre empezó a bajarle hasta la camisa blanca.
Esa puta mancha parecía una rosa, al principio solo un pimpollo, pero fue creciendo y creciendo hasta florecer por completo. Seguía aturdido, con la mirada perdida y la cabeza balanceándose hacia delante y a hacia atrás. El hilo era perfecto.
Salte la barra, le saque el vaso que había estado secando y me serví la puta medida. Ya era momento de que alguien me sirviera, le dije.
Posé el vaso, apoye la mano, y salte de nuevo hacia el lado que me corresponde.
La del trago con sombrilla no dejo nunca de mirarme. Ahora no era la única que lo hacía. Volteé hacia la barra y seguí tomando mientras miraba las botellas. El mozo se desplomo, tirando vasos y botellas por todos lados, me reí un poco de ello.
Me alcancé otra medida, y rápidamente otra más. Ahora me sentía bien. Deberían recetar whisky a quienes tienen problemas de autoestima, esa mierda hace realmente bien.
Me paré y fui directo a la del trago estupido. No me quitaba los ojos de encima.
Por si acaso, me lleve la botella, uno nunca sabe…
Llegue a la mesa, la mujer me miraba inmutable, sostenía el trago con las dos manos, desde la base de la copa (esa era una gran copa) y succionaba con fuerza, hasta que las mejillas se le hundían. Me miraba hacia arriba, ella estaba sentada y yo parado, con ojos grandes, que se abrían incluso un poquito más cuanto mas succionaba.
Era el momento.
Le acerque la bragueta a la cara y retire el sorbete. Ella no decía nada, solo me miraba.
Abrí el cierre, y metí esa misma mano en el pantalón. Lo encontré.
Saque el perico y lo sostuve con la derecha, mientras que con la izquierda le agarre suavemente la pera y se lo metí en la boca. Volvió al mismo gesto que con el sorbete.

Me ahorre 15 billetes sin hablar una palabra.