viernes, 6 de agosto de 2010

Ojos de juguete chino

Un día que no esperaba nada de nadie, entre a un bar.
Un clásico bar de mierda, chicos de after office, chicas que buscan algún oficinista con plata que les suba la autoestima; mas de lo mismo. Como mi vida no es precisamente una eterna campaña para hacer amigos, me quede. Lo único que esperaba era que nadie me hable; hasta que una mujer, esa mujer, entro al salón. Debía venir del baño o algo así, porque paso por mis espaldas. La olí. Antes de verla, sabia que ella era lo necesitaba.
No se movía como una serpiente, ni sus piernas eran largas como columnas griegas, pero tenia dos ojos gigantes, que me distraían cada vez que intentaba espiarle el escote. Jamás me había pasado tal cosa.
Se paro en la barra, pidió algún trago de esos con aceitunas, giro y se quedo mirando a la puerta.
Sabía que yo la miraba, pero no me daba nada a cambio, justo cuando yo más lo necesitaba, y desesperanzándome un poco más, levanto la mano izquierda, la única libre que tenia, y comenzó a hacer girar el anillo de compromiso con el dedo pulgar; con la mano bien en alto.
Le quite la mirada de encima, me sentía raro buscando tetas y encontrando ojos. Me dedique a lo mío, el bourbon con dos hielos. En la tele pasaban videos de los Kinks, no estaba mal para un bar repleto de imbeciles de oficina.
De a ratos se iban algunas personas, entraban otras exactamente iguales, pero con distintas ropas. Los taxis se frenaban en la puerta, vomitaban a dos o tres personas y seguían, sin el menor apego. Mierda, como me gustaría ser taxista, pero tengo tan pocas historias para contar que los viajes se harían eternos.
El frío no daba tregua, el whisky tampoco.
Como era día de cobro los bares estaban repletos, desalmados y colectores de almas; todos huyendo de lo mismo y buscando algo parecido, una vida.
La volvió a mirar, esta vez no levanto la mano.
Termine mi vaso y me fui acercando de a poco.
Cuanto mas me acercaba, ella más se sonrojaba; y esbozaba una sonrisa que me daba la pauta de que mi tiro era certero. Al faltarme un metro, o por lo menos eso parecía, alguno de todos los malditos roedores de oficina se para justo entre nosotros. Teniendo toda la puta barra, justo vino a ocurrírsele comprar entre ella y yo, opacando mi despliegue de conquistador.
Agarre su corbata, y dándole una vuelta por su mismo cuello, tire con todas mis fuerzas. El zopenco cayó al piso sin entender, pero se paró en busca de más. Mire al tipo de atrás de la barra, no parecía tener problemas, así que inicie mi segundo despliegue, la violencia por violencia misma. Con la izquierda lo agarraba de la corbata, mientras que con la derecha me aseguraba de que no quede nada en su lugar. Mocos, sangre, pelos, todo se fundía en un rojo de lo mas apasionante. Le di un respiro, para ver si todavía reaccionaba, y si. Me dio una de las trompadas más risueñas que he recibido en mi vida.
Mire alrededor. Nadie emitía sonido alguno. La mujer seguía en su lugar.
Andate, le dije al joven; con cierto aire de grandeza. Me sentí un dios.
Digo, podría haber matado a ese chico ahí y nada más. Eso hubiera sido todo para el, pero no, fui misericordioso y le deje ir.
Pedí una servilleta al mozo, que miraba perplejo.
No te la voy a pedir dos veces, dije reforzando la idea; y comenzó a moverse en cámara rápida, hasta alcanzarme la puta servilleta.
Limpie la sangre de mis manos y el sudor de mi cara. Tire la servilleta al piso, sabiendo que era de tela. Yo era un dios.
Volví la mirada a la barra, señale al que atiende y le pedí: Dame uno de los míos, y uno de los de ella.
El tipo no pregunto y se lanzó a ello.
De a poco la gente volvía a hablar y moverse por el lugar.
Logre llegar. Me costo, pero logre llegar; le dije.
Los ojos gigantes, como de juguete chino, me miraron. Me miraron hasta adentro.
Por segunda vez, nunca me había sentido así.
Ella tenia medias de red, pollera corta que dejaba ver un tatuaje en su pierna; un tatuaje de tamaño considerable, de alguna cosa oriental.
Te voy a dar un trago, te lo vas a tomar y nos vamos a ir. A eso ya lo decidí yo. A vos te toca elegir el lugar, dije.
Otra vez se sonrojó, otra vez la sonrisa y contesto: tengo un anillo que apuesta lo que sea a que tu decisión es incorrecta.
Lo ojos. Esos ojos. ¡Mierda!
Le sonreí y levante una ceja, esperando complicidad. Nunca lo conseguí.
Llego el novio. Un idiota que no se diferenciaba de mí por mucho, de hecho podría ser pariente mío tranquilamente.
Lo mire fijo por un rato, pero el tampoco devolvía mis miradas. Podría haber matado a ese tipo también, pero ya no me sentía un dios, para nada.
Apure el vaso y me fui. Enojado, pero no sorprendido; era de esperarse que algo así me pasara.