martes, 29 de junio de 2010

Estas son las mañanitas

Estas son las mañanitas

Miro para todos lados. Nada deja de ser patético, esta vida parece no terminar nunca.
Me encuentro en el reflejo de una ventana, odio la imagen que me devuelven los vidrios. Odio la imagen que me devuelven los vidrios cuando es de día, la vida debería sucederse de noche, cuando los limites son mas naturales que convencionales.
Viene un imbécil y me dice lo que tengo que hacer, al rato vuelve y nuevamente me dicta tareas; tengo las tripas hinchadas de mierda, vino y algo que no recuerdo haber comido.
Sigo mirando por el costado del monitor, esperando a que el vidrio haga algo, cambie esa cara. ALGUN INTENTO POR EVITAR EL TEDIO, pero no. Yo sigo aquí y el estupido reflejo también.
Me apestan las manos, la ropa y la barba, y sin estar seguro de quien esta consumiendo a quien, enciendo otro cigarrillo. Todos los cigarros parecen el mismo, esto es un constante deja vú. La vida, la vida es una mierda.
Ayer, cuando todo iba lento, y la mañana iba y volvía como una constante broma, un tipo juró que me mataría; y a pesar de que le creí, permanecí inmutable, no logre extender gesto alguno.

La vi.

El problema de la bebida en mi, no es la conducta, sino que me hace olvidar mucho mas allá del momento de borrachera.
Ayer no fue un día especial, no fue la primera vez que alguien promete quitarme la miserable vida que llevo, pero hubo un momento aparte de aquel, que recuerdo con claridad. Mi día a pesar de mi noche.
Salí hacia el balcón y la vi.
Yo escapaba de una arcada, ella caminaba hacia el destino; y a pesar de mis tripas, mis cigarros y de mi mismo, algo extraño me sucedió.
Por un breve, muy breve momento, creí que podría hacerla feliz. Que las ratas abandonarían mi sillón y nuestros hijos serian formidables, inteligentes y bien parecidos.
Ella vestiría un vestido rojo muy sensual, con tajo en un lado, mostrando esas piernas formidables; unos tacos que obligarían a ese culo a resaltar como nunca.
¡Como deseaba echarle mano a ese culo!
Y ahí estaba yo. Mientras los jodidos infantes daban vueltas alrededor y ella se lucía desde cualquier ángulo, yo llevaba un aspecto fatal, en el buen sentido. Una campera de cuero exótico, de algun animal semi extinguido, cinturón de gran hebilla y un sombrero blanco, como de rodeo. La gente nos miraría al pasar, desando escapar de sus miserables vidas. Querrían ser como nosotros, aunque sea por un día, para saber como se siente la felicidad, sin importar el precio; y nosotros los miraríamos con desgano, sabiendo que nunca alcanzarían aquello que teníamos y ellos no. Seriamos formidables y destacados, caminando sobre ese mundo de holgazanes, deprimidos y reprimidos.
Mientras en mi imaginación caminábamos por alguna calle similar a la Av. Corrientes, la arcada interrumpió el trance y se volvió realidad.
Ni vestido, ni niños, ni culos; solo vomito y resaca, y otra vez a esta realidad desabrida.
Ahí fue el vino y aquello que no recordaba haber comido, que tenia un color un poco menos desagradable que el olor que expulsaba.
Para cuando acabe de doblarme sobre mi mismo alcé la vista, como para despedirme de aquel culo, pero ya era tarde. Un imbecil de auto importado y sombrero tejano la tenia entre los brazos, y eran felices y me miraban con desgano; yo nunca alcanzaría aquello.