martes, 26 de enero de 2010

El Nº 2

Me despertó un grito y un estruendo, como si las paredes crujieran. Camine por el pasillo, la puerta del vecino estaba abierta y había un papel en la mesa. Pregunte si todos estaban bien, pero nadie atendió. Entré, pregunte nuevamente y nada. Tomé el papel y leí:

“Estoy tan solo como puedo. Cada intento es un futuro fracaso. Mi vida se resume en un puñado de oportunidades y auto complots que no llevan a nada más que esto, los despojos de lo que alguna vez fui.
Yo nunca fui uno de esos muchachos a los que las chicas giraban para ver, mis encantos iban por otro lado, supe cultivar el intelecto.
De nada sirvió. Mi familia se alejó, los amigos también. El dinero se acabo y perdí el atractivo, no solo en cuanto a lo sexual, sino en cuanto a las relaciones humanas. Me convertí en algo desagradable.
No fue solo el divorcio, o las deudas o el desempleo. Esas son cuestiones circunstanciales. El mío es un problema de fundaciones, antes me caía mal la gente, ahora me caigo mal a mi mismo, y no es modo de andar por la vida.
Hace unos días, cuando caí en la cuenta de lo horrible de mí ser, regale el perro; el que, a cambio de comida, me acompañaba. Supongo que esa fue una de las relaciones mas claras que he tenido. Esa y las prostitutas de fin de matrimonio. Pero el perro estaba siempre. Mientras había alimento, el estupido me seguía.
Lo he golpeado, maldecido y maltratado de cuantas formas pude, pero si había comida, el volvía a mi. Con mi mujer, mi ex mujer, no fue así. Se fue.
De joven trate mal a una chica, era mi novia. Si mal no recuerdo, la insulte hasta sentir que nada quedaba en mí. Se fue, pero no tardo en volver. Las novias vuelven mas fácil que las esposas; y a las esposas les cuesta menos encontrar un sustituto.
Ese maldito hijo de puta con el que te vas a comparar toda tu vida. Que probablemente nada tenga que ver, pero merecería la muerte, solo por haberse cruzado en tu camino.
Nunca, nunca jamás voy a aceptar ser segundo. No nací para eso.
Probablemente leés esto, y te parecerá un intento de novela triste, en la que el hombre cambia y su vida mejora, se termina casando con la rubia y tienen…cualquier mierda. NO. Si algún imbécil esta leyendo esto, quiere decir que es tarde, y yo estoy colgado en el baño.
Sea usted Tan amable de descolgar ese cuerpo y acomodarlo un poco para la familia, que seguro ahora se acordaran que tuvieron un padre, un hijo, un hermano, un marido que los necesitaba y no supieron escuchar.”


Un trago difícil de pasar, era la mañana de un lunes. De esos lunes que no hacen más que probar a la gente que siempre se puede estar un poquito peor.
Termine de leer la carta, miré a mi alrededor, se veían unas fotos viejas de niños divertidos, una pareja feliz. Por la ventana pasaban nubes grises, de ese gris plomo que pasa despacio, que confunden con su movimiento lento.
Tendría que ir a descolgar el cadáver, era un pedido expreso. Yo era el imbécil que leía la carta, era mi deber.
Fui por el pasillo, era un lugar realmente horrible, el olor a humedad hacia lagrimear los ojos, y la pintura colgaba, ofreciendo refugio a cucarachas y arañas de tamaños mas que importantes.
La distribución del departamento era similar a la del mío, que quedaba justo al lado. La puerta del baño era la del final del pasillo.
Tenia las garras del perro marcadas, aparentemente el animal lo celaba hasta cuando el hombre iba al baño.
A medida que recorría el lugar, todo lo de la carta cobraba vida, y no dejaba de ser patético.
Empecé a abrir la puerta despacio. Realmente no sabia que esperar. Abrí un poco, pero no aparecía nada. Abrí un poco más, y seguía si aparecer nada, hasta que logre divisar lo que parecía un hombro, colgando del barral de la cortina de la ducha. Aun temeroso, seguí abriendo la puerta y me adentre en la habitación.
Me acerque a la cortina, todo estaba frío, levante despacio los brazos para no violentar el cadáver, cuando de repente, un grito asombroso sonó a mis espaldas. Recuerdo haber saltado hacia delante, golpeando la bacha con la cabeza, y todo se volvio oscuro.
Cuando desperté, había cagado mis pantalones, calzoncillos y medias, y el infinitamente imbécil de mi vecino estaba parado a mi lado, con su repugnante perro riendo de la broma que me habían gastado.