miércoles, 2 de diciembre de 2009

Sorpresas te da la vida

La Mujer.

El calor derretía el asfalto de la calle. El talón de sus tacos altos le lastimaba. Aunque sudaba como ballena en ascensor, no se sacaba la boa de plumas, todo era marketing. Su pequeño tapado la sofocaba, pero de habérselo sacado, se hubiera insolado, y de faltar un día al trabajo, no tendría con que comer por los siguientes días.
No conseguía acompañante a quien brindarle sus servicios. A estas alturas del año, esas son cosas que pasan, incluso aquí, en NY. Aparentemente la gran manzana no es lo suficientemente grande como para alimentar a todos los residentes.
Mira de lado a lado, pero nadie viene. Ve hacia la vereda, y lo mismo. Nadie.
Se acomoda la minifalda, las medias y la boa. Sigue sin aparecer algún cliente.
Decide caminar hasta la siguiente esquina, para ver si su suerte cambia.
No hay modo, hasta el viento se quedo encerrado hoy.
El sol comienza a hacer crujir las costuras de su tapado, una pésima imitación de cuero, de un color beige que nada tiene que ver con las plumas violetas que rodean su cuello.
Sintió una gota de transpiración correrle por el costado de la ceja, recorrer el contorno del ojo. Camino abajo, pasando por la pera, fue a pasarle justo entre los pechos, con ese frío que transmiten las gotas en un día como este, en el que el infierno podría considerarse un sitio acogedor.
Aprovechó el escalofrío para volverse, mirando la esquina en la que se encontraba minutos atrás. Es una decisión, toma carrera para volver hacia allá.
No alcanza a recorrer diez metros, que escucha el ronroneo de un motor. Es un cadillac, Va demasiado despacio como para ser uno de los boricuas vecinos. Es el reconocido carro de los policías de civil. Todos lo saben, nadie dice nada.
En medio del camino siente el sonido del vidrio dentro de su cartera. Recuerda que tiene un remanente de caña. Aproximadamente un cuarto de botella. Suficiente para combatir el hambre. Se mete en el zaguán de una casa, para aprovechar la sombra. Toma un trago, y al bajar el brazo, siente la molestia del contenido de su bolsillo derecho. Mira para los costados, lo toma; solo para guardarlo en el bolso, y allí se desata.

Pedro

Al levantarse y abrir la ventana, Pedro sabia que seria un día difícil. Eligio la camisa blanca; el pantalón pinzado y las zapatillas deportivas. Que si bien no hacían juego con el resto de sus ropajes, eran indispensables para un buen escape, en caso de que se presentase algún problema. Descolgó el sombrero de ala ancha, lo inclino hacia un lado de la cabeza y salio en busca de una oportunidad. Tenía una barba de tres días de la que solo molesta, pero hacia resaltar el diente de oro; al fin y al cabo, lo tenia para mostrarlo. Salio a la calle, con su caminar tan particular. Se sentía tan digno de ser, que iba sonriendo, y aunque hacia un calor que ablandaba al más duro, Pedro llevaba puesto el Gabán, otro sello de su persona.
Seguía recorriendo las calles, pero no encontraba lo que buscaba, nadie tenia nada que perder.
A las cuadras ve a una prostituta, pero no se apura, escucha el rugido de un auto, así que sigue por su lado, sin molestar a nadie, todavía.

Una vez que el auto se aleja, mete las dos manos en los bolsillos y cruza la calle a la carrera, con la mirada fija en la mujer, que recién terminaba de darse un trago de caña.
No tarda en arrepentirse…

El Borracho.

Simplemente estaba tirado, inerte debido a la temperatura, deseando tomar algo. A su vida definitivamente le faltaba algo, y no ese algo material que todos creemos que añoran los cirujas, su vida carecía de sorpresas, se había transformado en algo lineal, los días eran todos iguales. Uno después del otro, todos iguales, cuando ve al guapo salir por la puerta, sonrisa en la cara, y ese caminar tan característico. Parecía la misma escena del día anterior.
Cruza la calle, pasa por el frente del borracho y no dice nada. Se lo ve atento, pero sin perder las formas, hasta que un auto que pasaba se aleja. Entonces toma velocidad al cruzar la calle, metiendo las manos en los bolsillos, dirigiéndose a la mujer.
El borracho fantaseaba con que por lo menos vería una teta, no dejaba de prestar atención a aquella escena, cuando de repente, la mujer guardando una botella en la cartera, con el tipo encima, lanza un sonido que quebró la quietud del lugar. Sonó como un cañón en la planicie, estrepitoso.
El hombre, a minutos de su final hundió un puñal en el cuerpo de la mujer, quitándole lo único que tenia.
Para cuando el borracho se acerco, ya eran objetos inanimados, palpo a los cadáveres y se fue con un saldo positivo, el, que no tenia nada que perder.
Justo entonces recordó aquello que cantaba en sus años mozos.
“La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida”


Esta de más decir que la idea de todo esto es la cancion "Pedro Navajas" de Ruben Blades, supongo