jueves, 15 de octubre de 2009

Del closet al hotel.

Al terminar mi primer matrimonio, casi sin un lapso de tiempo considerable, formamos pareja con Laura. Mi familia sorprendida, y por momentos enojada, me cuestionaba como repercutiría esto en mis hijos, Fabio y Orlando.
A decir verdad, esto me tenía sin cuidado. Recién salía de una relación turbia, esclavista, y este nuevo giro de mi vida, me traía nuevos aires.
Laura no era muy independiente, le gustaba quedarse en casa, ordenar y todas esas cosas que a mí no me simpatizaban mucho. Ella era de lo más amable con los chicos, nunca tuve nada que reprocharle, cocinaba unas milanesas insuperables.
Nuestros problemas no fueron ni la infidelidad, ni el alcohol ni la violencia, como la vez anterior. Este problema más de no sentirse correspondida, y yo le daba todo lo que podía, pero nunca parecía ser suficiente.
Un día, antes de salir del trabajo, se acerco un compañero del trabajo y me invito una cerveza en el bar de la esquina. Como andaba con problemas en casa, acepte sin pensarlo.
En la tele había un partido de fútbol, de dos equipos de los que no salen ni en los diarios locales, que no me hubiera interesado de cualquier modo.
Fueron pasando los tragos, las charlas se tornaban cada vez más interesantes, con Jorge compartíamos muchos gustos e intereses comunes. Sentí moverse algo en mis pantalones, y estaría mintiendo si dijera que no me asuste. Era el teléfono celular vibrando en mi bolsillo, afortunadamente. Era Laura. Me estaba esperando con el bolso armado, para irse de casa. Otro punto en contra para las relaciones serias.
Ella se fue. Casi toda mi familia sintió alegría, y no vacilaron en opinar que no deberíamos volver a intentarlo.
El ánimo no se me levantaba, así que invite a Jorge al bar, para ver si podía por lo menos despejarme.
Acepto con entusiasmo, casi con sorpresa. Fuimos.
Tres cervezas después, llegamos a la infaltable charla sobre las relaciones fracasadas, lo complicadas que son las mujeres y todo eso. Jorge, con el correr de la ingesta, iba mutando de un fiel oyente a un sujeto con un extraño mirar. Hasta ese momento yo dudaba de su sexualidad, pero no creía que se viera atraído hacia mí, de ningún modo.
Decidí terminar esta reunión, antes de que las cosas perdieran claridad. Termine mi cerveza y me levante de la mesa, con la frase – Se me hace tarde para acostar a los chicos.
El me miraba, se notaba en su cara que algo quería salir. Era un buen hombre, pero mi vaivén emocional no me permitía estas cosas, no estaba para experimentar cosas.
Mande a los niños a dormir, sin cuentos ni historias. Cuando me metí en la cama sentí una terrible soledad, una soledad de plaza y media a mi derecha.
Para mi duda y por momentos desagrado, pensaba en Jorge y su mirada extraña, hasta que logre dormirme.
Los días pasaban, y el desagrado cedía terreno a la duda, todo eso me aterraba. Si mi familia me había condenado por Laura, realmente no sabia como tomarían lo de Jorge.
Los días siguieron pasando, los deje pasar, hasta que finalmente volví a enfrentarme a mi compañero de trabajo. Otra vez el bar, la cerveza y los partidos de fútbol desconocido. Como siempre, sin cerveza, hablábamos estupideces.
Pedimos la cuarta vuelta, el mozo no nos miraba de ningún modo extraño, pero estaba pendiente de lo que pasaba en la mesa.
Vinieron los tragos, brindamos y fuimos a por medio vaso de un solo trago. No sabíamos para que tomaba coraje el otro. Al bajar los recipientes, nos miramos, sacudimos la espuma de la boca, y sin quitarnos la mirada, comenzamos a besarnos encima de la mesa. Todo era extraño para mí.
No voy a decir que nunca lo había hecho, porque seria una mentira, pero hacia mucho tiempo que no besaba a un hombre.
El mozo, recostado sobre su codo en la barra, giro la cabeza y se sorprendió, pero no tardo en volver la mirada a la caja boba.
Las lenguas apasionadas nos pedían carne, así que nos tomamos de la mano, tiramos unos billetes sobre la mesa, y con los abrigos en la mano, nos fuimos a un hotel que quedaba a unas cuadras. Éramos dos adolescentes calientes.
Ya en la entrada del hotel, Jorge me agarraba el culo como si quisiera llevarse una parte de souvenir. El resto fue igual o más caliente que todo lo anterior, hormona reprimida por mucho tiempo. Tener sexo con un hombre es infernal, debo decir que hacia años que nadie saciaba esa sed en mi. La fuerza, los músculos, la transpiración, todo me parecía nuevo en esa instancia.
Muy de a poco fuimos madurando una relación, a fuerza de sexo en hotel al salir del trabajo.
Finalmente decidí intentarlo, y nuevamente cagarme en mi familia, así que los convoque una vez más a todos al living de mi casa, y tomando la mano de Jorge, con la mirada fija en la cara de mi viejo, me despache:
He dejado de ser lesbiana, estoy saliendo con Jorge.