viernes, 7 de agosto de 2009

Defensa Personal

Pamela, tu jodido perro otra vez me abrió la puerta mientras cago. Tienes que educar a la maldita bestia, dije, pero la muy puta seguía mirando la tele. Jodida alienada, pensé, y partí para el trabajo. Llegaba media hora tarde, hacia tres días que no me bañaba y el clima primaveral no colaboraba para esconder los aromas que brotaban de mí ser.
Por esa época había conseguido un trabajo que era un dolor de cabeza, como obrero en una metalúrgica, pero pagaba bien, y con eso me bastaba.
Pamela se quedaba en casa todo el día sin hacer nada. Lo único que hacia era tener unas piernas lo suficientemente largas como para entusiasmar a cualquiera, y un culo como para que cualquiera intentara llevarla a casa. Ella estaba cómoda en mi departamento de alquiler. Una inmunda pocilga que se llevaba la mitad de mi salario, pero entraban allí la tele, la cama y Pamela.
Cada día al llegar del trabajo me tomaba un trago mirándole el culo, y para cuando estaba lo suficientemente duro, invitaba a mi estúpida rubia de cotillón a la cama. Nunca se negaba. Solíamos hacerlo toda la noche, antes de que yo consiguiera este jodido trabajo. Ahora me dormía luego del segundo polvo. Ella a veces intentaba seguir. Muy pocas veces lo conseguía.
Pooki, una bola de lanas inmundas, con las patas cortas, el hocico ancho en la base y afinándose hacia la punta, era un caniche, la única compañía de la chica. Eso me preocupaba cuando no estábamos enredados en las sabanas, o cuando ella miraba la tele, con tanta cara de estúpida que no provocaba verle el culo. Dios, como odiaba a aquel jodido perro.
El día que todo se fue por el caño, yo estaba cagando, como todos los días, antes de ir al trabajo. La roñosa bola de lanas irrumpió dentro del baño y empezó a montarse a la alfombra que teníamos para salir de la ducha. Parecían hechos del mismo material.
La imagen era patética. La cortina amarillenta, los hongos que trepaban desde la pared hasta el techo, el perro afeminado montándose la alfombra y yo cagando, haciendo fuerza por expulsar alguna porquería que habría cocinado la inútil de las piernas largas.
Nena, tienes que aprender a cocinar, grite, estoy cansado de luchar para quitarme de encimas tus comidas. A estas alturas me dolía la cabeza solo un poco más que el culo.
Me levante del cagadero con furia, no había logrado despojarme de toda la mierda.
Sabía que la puerta del cuarto de baño no cerraba bien, así que la azote, con pésimos resultados. Nunca llego a cerrarse, y centímetros antes de dar con el marco, sentí un aullido. Era el pervertido de Pooki, que no me había alcanzado al salir, y había sido decapitado por la abertura.
Su cuerpo, aun de pie, temblaba mientras la cabeza colgaba de un girón de cuero.
Comencé a reír, no por haber matado al animal, sino porque el movimiento del cuerpo me causaba gracia. Ella no reía.
Intente consolarla con un abrazo. Nunca entendí el amor por las mascotas.
Mientras la abrazaba miré el reloj, estaba llegando realmente tarde al trabajo, así que le proporcione dos palmadas en la espalda a la blonda, tome mi camisa de la silla en la que estaba y me marche. Justo antes de cerrar la puerta propuse “al salir de la fabrica vamos y te conseguimos uno igual a Pooki.
Llegue al trabajo. Un tal Sánchez, aparentemente de alto rango, me esperaba en el reloj donde se marcan las tarjetas. Amigo, dijo, espero no tomes esto como algo personal, pero no puedo dejarte marcar horario, ni hoy ni nunca más. El tipo no era ni grande ni astuto, supuse que podría intimidarlo. Me equivoque. Oye, Sánchez, dije leyendo la tarjeta que el tipo llevaba en el bolsillo de su camisa, mejor guardamos este secreto entre tu y yo, y todos nos volvemos a casa contentos. El tipo dibujo una mueca en su cara. No lo creo, dijo.
Veras, toda mi vida trabaje muy duro para llegar hasta este puesto, y no voy a arriesgarme por un patán como tu, que lo único que hace es ver carreras de autos, tomar cerveza y procrear. Existen muchos tipos así en esta ciudad, así que te recomiendo que te marches. Quizás te llamemos en otro momento.
Solté la camisa que traía colgada del hombro. Iba a darle al hombre una paliza de la que no se olvidaría.
Levante el brazo izquierdo, quedando en guardia, pero era tarde. Sánchez me aterrizo una patada en los huevos, caí doblado del dolor. Era un ardor que subía hasta las costillas.
Jodido enano, le decía desde el suelo. Sánchez reía como si fuese su cumpleaños, y yo fuera la puta que sale de la torta.
Logre incorporarme. El tipo saco un aparato de esos para defensa personal, que electrocutan al contrincante, e hizo un gesto con la cabeza, señalándome la puerta. Esta vez comprendí rápidamente. Finalmente me dirigí hacia las oficinas, cobre lo que me dieron, que siempre parece mucho dinero, y me fui.
Camino a casa me senté en un bar que estaba en una esquina, al frente de un gimnasio en el que unas muchachas saltaban y se agachaban frenéticamente. Muchos culos y muchas tetas sudando en vano, pero aun así me entretenían. Tome una cerveza y seguí, eran las 11. Ya no tenia trabajo, pero tenia todo el día para disfrutar, podría ir y coger a Pamela como en los viejos tiempos, me sentía lleno de vida. Me encamine.
Iba llegando al departamento cuando veo en el cesto de la basura, una bolsa transparente con manchas rojas por todos lados, era Pooki, comencé a reír nuevamente por la situación. La chica se puso a limpiar me dije, y reí de nuevo. Abrí la puerta y subí las escaleras. Todo olía a humedad.
Salude a una vieja de las que vivían al lado, que me saludo en un volumen inusualmente alto, creí que estaría sorda. Seguí. Meto la llave, y me encuentro con que la puerta estaba abierta. Entre con sigilo y me fui desnudando antes de llegar a la habitación. Poco antes de llegar a la puerta comencé con mi discurso. Nena, hoy es el día en que volveré… llegue a la puerta, y ahí estaban, Pamela y un tipo, tapados con mis colchas, cogiendo en mi cama, con mi tele prendido. Y yo con todo el salami al aire.
Puedo con los dos dijo ella.
Mis ojos aparentemente no le transmitían ninguno de mis pensamientos.
Me tome la frente con la mano, intente calmarme, baje la cabeza para pensar. Vi los zapatos del tipo, parecían finos, subí un poco mas la mirada, y ahí estaba, otro aparato de esos para electrocutar. Hice los cálculos, y finalmente terminamos los tres en la cama.