miércoles, 10 de junio de 2009

Los ultimos 500 billetes, y los mas caros

Ella me rompió el corazón. Yo le rompí la mandíbula.
Nuestra relación, alejada de la botella, no era nada. A cada mañana, lo se, o me lo imagino, nos levantábamos y checkeabamos que el que estaba a nuestro lado, sea quien tenia que ser. Fueron meses intensos. Ambos estábamos desempleados, pero habíamos cobrado nuestras respectivas indemnizaciones, así que el dinero y el alcohol fluían de nuestros bolsillos.
Recuerdo una noche de borrachera, que salí a comprar cigarrillos. Tarde el triple del tiempo que me hubiera tomado hacerlo sobrio. Para cuando llegue a la casa, esperaba encontrarla dormida, pero para mi sorpresa, se encontraba agazapada, con un palo de escoba en las manos, que hizo trizas en mi cabeza, por haberse asustado a causa de los ruidos. Así era ella. Por momentos se olvidaba totalmente de mí, y eso solía ser bueno.
Para cuando dejamos de vernos, el dinero era poco mas que escaso, y sin el alcohol, lo nuestro se mostraba como lo que era, un rejunte de fracasados.
Tiempo después la encontré, del brazo de un empresario exitoso, pero demasiado joven, unos años más que ella, eso no suponía un problema.
La conocí en un antro del centro de la ciudad, de esos que tienen poca luz, muchos tragos y un par de mesas de pool, como para que los clientes no tengan que inventar excusas para pelearse entre ellos. Esa noche, apenas la vi, le aposte sus pantalones en una partida, y arraso la mesa en no mas de 15 golpes. Se llevo mis pantalones, pero he de confesar, que ambos cayeron al suelo al mismo tiempo.
Dos semanas después, nos dimos cuenta de que prácticamente vivíamos juntos, pero sin saberlo o recordarlo. Ninguno de los dos tenía hijos, auto o mascota, por lo que la juerga era lo único que manteníamos.
Mas tarde, no se cuanto tiempo después, por lo menos en lo que a mi respectaba, la vida no había cambiado demasiado, tenia pequeños trabajos que me ayudaban a seguir hasta la otra semana, que era mas o menos lo que me interesaba.
Una buena mañana de esas de otoño, después de unas rondas en un bar, estaba llegando a casa, lo que era costoso por la resaca y el cansancio de la jornada, y encontré un lujoso Mercedes estacionado en la puerta. Creí que será el molesto Cuervo Gonzáles, un tipo que me prestaba dinero para luego quedarse con las (pocas) cosas que compraba con el.
Psicológicamente preparado para el encuentro, entre a mi domicilio. A pesar de la práctica rutinaria, no es fácil asumir los fracasos como este. Había apostado los últimos 500 billetes que le había pedido, y la suerte no me había acompañado.
Recorrí el hall con la cabeza gacha, llegue hasta el living, de donde provenían los ruidos. Levante de a poco la cabeza, intentaba pensar en otra cosa, pero nada parecía funcionar, hasta que hice foco en ese calzado. Eran tacos altos, parecían ser costosos, seguí levantando la mirada. Unas piernas que parecían ser de mármol tallado, contenidas por unas medias negras, era un largísimo par de piernas, de las que todos quisieran separar. Seguí, y me detuve en el culo. A esas alturas, a punto de reventar las costuras, me daban ganas de echarle mano en ese mismo instante. Recorrí todo el cuerpo un par de veces con la mirada antes de pronunciar si quiera una palabra.
Ella giro. Yo le mire las tetas. Tenía un vaso en cada mano, a la altura de las (cortas) mangas de su vestido negro.
Se notaba la buena vida en su cuerpo y en su forma de vestir. Los años no le habían dañado el porte.
Ella lo único que hacia era hablar, pero yo no escuchaba, me la pasaba imaginando posiciones obscenas con aquel cuerpo. Finalmente, con un cachetazo, me hizo entrar en la conversación.
Aquí estoy, dije, simulando que nada había sucedido. Sigo con trabajos de morondanga, esos que pagan poco y piden mucho, pero me dan para el trago y los pequeños lujos de poca aspiración que tengo.
Supongo que el joven que te acompañaba es el dueño del Mercedes, dije con tono desmerecedor.
Si, es dueño de eso, dijo, y también de esto, se llevo la mano a la cadera y me miro fijo. No había respuesta a eso.
Pero sabes que no vine a hablar de eso, dijo. Veras, el niño se encuentra en un viaje de negocios, y me agarro la soledad y la nostalgia, por eso he venido a visitarte, estupido.
Se me erizo hasta la pelusa del pupo.
No lograba entender que la motivaba a volver con un despojo como yo, pero lo mío nunca fue la filosofía, así que me dedique a tomar al mismo paso que ella.
Una botella después, me balanceo sobre mi sillón, con intenciones de aterrizar en el que la soporta. Un éxito. Nos besamos. Nuestras lenguas se encuentran y se alejan, los labios resbalan mientras inclinamos nuestras cabezas. Espero el momento de la calentura, y ahí voy. La tomo por el torso con ambas manos, y hundo con vigor mi cabeza entre las tetas, ella se arquea hacia atrás. Se que esta fingiendo, pero sigo en mi divertimento, a la vez que voy bajando el cierre que tiene en la espalda.
Por fin logro sacarlo, al tiempo que ella me despoja de mi remera. Caigo en al cuenta de que mi figura es grotesca, lo que agrega valor a la situación.
Finalmente, ahí estamos, en pleno gozo, enredados por la lujuria, cuando un negro de dos metros entra por la puerta a las patadas, con una escopeta en la mano. Nos detenemos un instante, pero no demasiado. Lleva lo que necesites, le digo, y sigo con mi trabajo. Ella abre los ojos como si se le fueran a salir, luego la boca, me creo cercano al éxito en lo que al sexo refiere, pero lejos de ello, siento un fuerte golpe en la nuca y me desplomo.
Al despertar, no recuerdo nada, pero me encuentro en una cama, conectado a mil tubos, por cada lugar que supone un acceso a mi cuerpo. Después de un rato de intentar moverme, una enfermera se acerca, me quita algunos de los tubos, y lo logro. Diviso, en la cama vecina, a lo que supongo es ella. Es una bola de vendas con tubos, caños y sondas. No recuerdo nada, pero me pongo nervioso, hasta que una maquina lanza una alarma. La escena finaliza, cuando alguien se acerca a mí, coloca una inyección en mi suero y se me cierran los ojos.
Cuatro días después, un doctor se acerca, me explica cuales fueron mis problemas y se va. Metros después se detiene, habla con una jovencita que me dice que estoy listo para retirarme, pero amablemente me pide que pase por la morgue, que por cuestiones legales debo realizar un reconocimiento.
Estoy terminando el cigarrillo, en la puerta de la morgue a la cual no entrare. Prefiero los recuerdos y los olvidos que me quedan.