miércoles, 20 de mayo de 2009

GRRHC Vol. II

Vol. II
Planificación y primer acción correctiva.

Ya Teníamos la idea, el material y a quien nos capacitaría. Las tácticas, en lo militar, serian de guerrilla urbana.
Con la emoción a flor de piel, comenzamos a seleccionar posibles integrantes, para este, nuestro proyecto. Todos los futuros candidatos eran conocidos, pero no sabíamos de que modo hacerles la propuesta. Así fue que un buen día, el Mulita, vino con la gran idea de ir sin rodeos, invitarlos a los viernes de locro y vino, y simplemente proponerles entrar en la movida.
Si bien Mauro, El Mulita y yo decidiríamos mas o menos los pasos a dar, no había autoridades claras, y cada uno podía proponer lo que quisiese sin problemas.
De a poco fue que empezamos a sumar, viernes tras viernes, nuevos adeptos.
Nadie lo tomaba muy en cuenta, hasta que cerca del final de la charla, le mencionábamos la cláusula referida a la deserción. Nadie sale de este proyecto con vida, nadie habla con la policía o autoridad que se le parezca. Si eso pasa, es expulsado del único modo posible, ejecución.
Estábamos en movimiento, pero seguíamos siendo pocos y tranquilos. Es decir, no teníamos a ningún recio en el equipo. Con esta idea fue que llegue hasta la casa de un conocido, El Choncaco.
El Choncaco era un reconocido ladrón de mi barrio, que era sabido que había estado preso por homicidio en situación de robo. Era un buen aspirante, pero no seria fácil de convencer.
Fue una charla larga, era un tipo simplón, pero gustaba de la TV basura y era fanático del Diez, por lo que a cambio de su accionar, tuve que prometerle que haríamos un “trabajo” para el.
Afortunadamente para el, este trabajo consistía en el secuestro de un vendedor de drogas del barrio, del que yo no tenia conocimiento.
Al tipo lo llamaban “El Dengue”, y vendía drogas baratas a los jóvenes que se estaban iniciando en el asunto, y cuando la venta menguaba, iba a ofrecer a la salida de los colegios.
Si bien la nuestra era una guerra ideológica, no nos venia mal un poco de practica, y si con ella conseguíamos a un adepto como el Choncaco, era definitivamente una buena oportunidad.
El domingo nos juntaríamos a planificar las acciones. Y al hablar seriamente de que hacer con el futuro secuestrado.
Como no teníamos cuartel general, y el tema no era propio de ser discutido en publico, llegamos al acuerdo de reunirnos en la humilde morada de mi vecino, y ahora compañero, Choncaco.
Ya para el sábado, sentía que el estomago me reventaría de la ansiedad.
Llego el día. Domingo. Estamos a horas de convertirnos en terroristas, le dije al Mulita, que me miro con ojos de desaprobación.
Por las 11 del mediodía empezamos a congregarnos en la puerta de la calle 14 sin número. Nadie abría la puerta, pero se escuchaban ruidos en el interior.
Llego todo el staff, conversamos, algunos llevaban mate, otros pancitos y demás porquerías que se consumen en estas juntadas.
Cerca del mediodía, y aparentemente con muy pocas ganas, el dueño de casa abrió la puerta. Vestido solo con un slip dotado de agujeros en toda su superficie, dejando ver la mezcla de tatuajes y cicatrices que cubrían su cuerpo. Varios del equipo titubearon al escuchar la orden/invitación de ingresar a la casa.
Resulta que este personaje no era más que un muchacho de barrio, cuando una noche, su padre, pasado de copas, llego a casa, golpeo a toda la familia y violo a su mujer e hijas. Supongo que eso fue lo que forjo la personalidad del Choncaco, que cada vez que podía, prometía que mataría a su padre el mismo día que fuera liberado de la penitenciaria de Bouwer.
Comenzamos la charla. Pedimos al único que podría, el morador de la casa, que nos diese toda la información necesaria sobre el sujeto a secuestrar.
Para nosotros todo esto era un juego, hasta que vimos el arsenal que yacía bajo la cama, ubicada en la esquina derecha de la habitación.
Era una valija que no se dejaba ver por el desorden, junto a ella, reproductores de dvd, stereos y demás cosas que guardaba, a modo de currículum.
La arrastro hasta la mesa, y con un sonido de desgarro, la levanto para que todos podamos apreciar las herramientas.
Mierda! Exclamamos la mayoría. Era un puto arsenal, había hasta granadas en esa maldita valija.
De a una, nos fue presentando las armas y sus características. Y como sabedor, nos fue aconsejando cual iría con cada uno de nosotros. Llego hasta el fondo del contenedor, solo quedaban unas granadas y un par de nudilleras. Todos miramos al que orquestaba la entrega, esperando una respuesta a su falta de armamento, ya no había nada disponible, pero para sorpresa de todos, fue hasta la cama nuevamente, y metiendo la mano bajo la almohada, saco un revolver de enorme tamaño. Un plateado brillante, cachas negras, y una extraña inscripción en el lateral.
A esta me la gane a los golpes, aclaró. Esta en una 357, sale un huevo, pero a mí me salio una puñalada y una corrida, dijo riendo. Luego contó que el arma había pertenecido a un policía, que no vivía lejos de allí, y aparentemente por razones ideológicas, tuvo un encontronazo con nuestro anfitrión. Los resultados eran evidentes, el oficial murió, el caco le robo las esposas, el arma reglamentaria y esta otra, que había sido un regalo del padre del ahora difunto conservador de la paz.
Después de tan terrible despliegue, nos dimos cuenta de que el seria quien orquestara la operación. Pero ninguno de notros tenia conocimiento sobre el manejo de armas, eso nos hacia tener miedo. El soluciono todo con un – Cuando la tengas que usar, te vas a dar cuenta de lo fácil que es.
Bueno, dijo alguien de los que estábamos ahí, como va a ser la táctica entonces?
¿Táctica? Respondió el Choncaco, y hecho a reír como si se tratara de una broma.
Se levanto un manga de la camisa, y descubrió un tatuaje que tenia en el ante brazo, en el que se leía “con violencia y a los tiros”. Esa es la única táctica que conozco, dijo mientras se levantaba, para luego abrir la puerta, y con un movimiento de cabeza, como cabeceando un centro, sacarnos a todos de la casa.
Estando inmediatamente afuera de la casa, el mulita exclamo con cierto temor – Pero hoy nos juntábamos a planificar nomás. Yo todavía no quiero salir a matar gente.
El Choncaco contesto inmutable, mientras ponía el arma en la cara del desaprensivo. A esto lo hacemos hoy, mejor.
Todos estuvimos de acuerdo, como corresponde.
Guardo el arma en la cintura, y echo a andar, caminando, porque aun no teníamos vehículos para movilizarnos, y los taxis no entraban en esa zona del barrio. Afortunadamente para nosotros, y por las mismas razones, la policía tampoco. Lo que hacia que esto sea realmente un entrenamiento.
Llegamos al lugar, era una pequeña c asita con una ventana que parecía dar a la nada, pero no era más que el mostrador.
Mandaríamos a alguien a comprar, y cuando el dealer abriese la puerta, sacaríamos al morador.
Nos miramos entre todos, cuando nuestro comandante, el Choncaco, se freno, dio media vuelta, y quedando frente a todos nosotros, levanto la mano, señalo a Jorge y le señalo la puerta. Todo sin decir una palabra.
Jorge era estudiante de abogacía, quería luchar por el derecho a la tierra de los pueblos originarios. Tenia buenas ideas.
Allá fue, toco la ventana, pidió 50 de merca, y le abrieron la puerta.
En el instante en que el comerciante dejo pasar a nuestro infiltrado, el Choncaco entro, como había prometido, con violencia y a los tiros. Todos corrimos, algunos hacia el interior de la casa, como refuerzos.
Resulto ser que el dengue, ni lerdo ni perezoso, tenia una escopeta recortada, que fue accionada contra el pecho de Jorge, al ver a nuestro comandante entrar con semejante violencia en su precinto.
Salto sangre por los costados, con porciones de carne. No podría especificar si eran tripas o músculos, pero había carne picada por todos lados. Una nube de finas partículas cubrió el aire, era pólvora y sangre, todo suspendido en nuestra pequeña atmósfera terrorista.
La suerte estuvo de nuestro lado, cuando mi vecino respondió a los disparos de escopeta, haciendo tronar la Colt para que la cabeza de nuestro enemigo circunstancial se convirtiera también, en finas partículas vaporizadas.
Todo era sangre, tripas y gritos. Me costaba entender la situación, pero allí estábamos. Algunos habíamos disparado, sin darle a ningún blanco, pero era un buen comienzo.
Otros habían corrido, lejos de los problemas, y al no querer volver, serian los problemas quienes empezarían a correrlos.
Finalmente lo logramos, o casi. Si bien no secuestramos al tipo, el objetivo se cumplió. Se hizo justicia