viernes, 3 de abril de 2009

Secundario Completo

El llevaba dos horas ahí. Ella no venia.
Habían pasado quince minutos de las tres de la tarde, y el calor hacia crujir la pintura en las paredes del bar.
Sin sacarse el sobretodo, sudando a mares, Rolando ordeno una ultima vuelta al cantinero. Sumido en el fracaso, pensaba que quizás ya debería dejar de intentarlo. Este era su tercer intento de citas a ciegas, ninguno había funcionado, por diferentes razones, ellas nunca se presentaban.
Agarro el vaso ancho, se tomo su gancia, y partió.
Era un viejo bar de pueblo, de esos que tienen puertas grandes, con esos postigotes de madera que logran que la estadía en el interior se transforme en algo atemporal. Todavía podía sentir el gusto amargo de la bebida y la lengua áspera. Solo quería dormir. Después de todo, quien querría encontrarse con un taxista que apestaba a gancia.
Subió a su desvencijado peugeot 404, levanto el banderín, que irónicamente representaba que estaba < libre >. Se sentía abatido. Ya no quería seguir, y recién era lunes.
Bajó la cabeza, para embocar la llave en el tambor, y se dio con la sorpresa de que no solo había pisado una enorme cagada de perro, sino que la había esparcido desprolijamente, por toda la alfombra de su herramienta de trabajo. Las cosas no se veían bien, ahora se preguntaba quien querría a un taxista que no solo tiene un auto del año del demonio, sino que huele a mierda y alcohol tibio. Maldito lunes.
Bajo del cacharro que tenia como vehiculo, para limpiarse el zapato. El cantinero lo miraba, como desafiándolo a que limpiase la mierda en su vereda. El taxista sabía que el cantinero tenía una escopeta y muy poca tolerancia. Y hacia un calor de los que perturban a cualquiera. Bajo la mirada, y camino hacia la siguiente vereda. Miro para los costados, y dejo de pisar solo con el talón. Pudo sentir la mierda deslizarse por toda la suela. En eso que estaba dale que dale limpiándose, sale una anciana de la puerta de la casa.
Lo he visto, y es usted un pésimo vecino, dijo la vieja.
Se equivoca señora, antes era un mal vecino, ahora, que le digo que se valla usted a la misma mierda, soy un pésimo vecino. Contesto indignado.
La cara de la señora empezó a caerse de a partes, dejando notar las arrugas, hasta llegar a una expresión de tristeza. Lo miro firme, y le dijo: Hijo, en otras épocas, a los mayores se los respetaba. Luego todo cambio, y los viejos nos hicimos respetar. Pero ustedes, jóvenes desalmados, no tienen solución.
El taxista lanzo una carcajada, mientras veía a la vieja voltear en dirección al interior de la casa.
Mientras la vieja bramaba de odio, Rolando esparcía sobre su vereda los últimos vestigios de lo que sea que haya comido el jodido animal que dejo eso ahí.
Terminó, el zapato estaba limpio. Dispuesto a irse, volteo para verificar que la vieja seguía en la puerta, y no estaba telefoneando a la policía. En cambio, se encontró con la anciana agarrada con un brazo de la puerta, y del otro lado, parecía flamear, un rottweiler del tamaño de un oso. Parecía el mismísimo barrabas, cuidando las puertas del infierno.
Joven, dijo la señora con una sonrisa macabra, debe usted aprender a escuchar a sus mayores. Y largo a la bestia.
Rolando se sintió lo mas parecido al coyote en el dibujo del correcaminos. Hoy se le escapaban todas las presas, y era lunes. Era lunes, todavía faltaba toda una semana de desgracias. El auto estaba a unos siete metros. Sabía que no llegaría, pero no por eso dejo de correr. A medida que más se le acercaba la bestia, podía escuchar las risotadas de la vieja, disfrutando su venganza.
La carcajada de mayor volumen, fue lanzada cuando las patas del animal le aterrizaron en la espalda. Podía sentir como le respiraba el animal en la nuca, mientras caía al piso.
Solo faltaba un metro y medio para llegar al auto, que a estas alturas, había dejado de ser la porquería que lo esclavizaba, para transformarse en la seguridad.
Con una mano detuvo la caída, mientras que con la otra, cubrió el costado derecho de su cabeza. Sentía los gruñidos muy cercanos.
Cayó. Mientras el can le desgarraba el sobretodo a la altura de los hombros, pensaba si traía una ropa interior digna de ser mostrada a todos los doctores que tendrían que intervenirlo después del ataque.
La respiración entrecortada, por el miedo y la adrenalina aceleraban su pulso y su temor.
Ya no había que hacer. Tenía a la bestia encima, y la única que podría revertir esto, era la vieja, que a estas alturas, se deleitaba con la destrucción que causaban los 80 kilos de músculo y furia que había criado en los últimos años.
Con los ojos prácticamente cerrados, y ya poca tela para entretener a la mascota, logró ver al cantinero, doblado sobre la barra, riendo como uno no imaginaria reír a un cantinero.
Hace algo! Grito, arriesgándose a enardecer la furia de su oponente.
El cantinero paso rápidamente de su risueño estado, al de siempre, al de minutos atrás, cuando lo arengaba a limpiarse en su vereda, sabiendo que tendría que limpiarla, pero estaba deseoso de estrenar su escopeta 12/70.
Esbozo una sonrisa cínica, se acomodo el bigote, y se agacho bajando el brazo derecho.
El taxista comenzó a dudar sobre quien seria el blanco, no estaba seguro. Sabia que el cantinero no le tenia aprecio, pero a diferencia del perro, el le dejaba dinero.
Soltó el vaso que tenia en la mano izquierda, levanto la escopeta, la cargo y apunto. Fueron algunos segundos en los que las opciones no eran las optimas. Ni al perro ni al cantinero le conmovía su integridad física. Problema.
Sintió el estruendo, se le tensaron todos los músculos del cuerpo. El disparo fue relativamente certero, solo algunos perdigones le dieron por la zona de las costillas. El problema ahora, era que el rottweiler justo antes de encontrar su final, había enterrado sus dientes en el hombro izquierdo de Rolando, y al caer, había terminado por desgarrar todo lo que se le había enganchado.
Sangrando por el hombro y las costillas, se levanto para agradecer a su salvador, pero no recibió mas que un – ahora llévate el cadáver de mi vereda, de parte del hombre detrás del mostrador.
Malherido, arrastro al animal hasta la puerta de la vieja, que estaba en un estado de shock, entre la risa y el llanto. Puede usar esto para limpiar la mierda, le dijo soltando el cadáver frente al enchastre que el mismo había dejado, minutos atrás.
Al ver que la sangre no dejaba de brotarle, se dirigió rápidamente al auto. Necesitaba un doctor.
Subió. El olor a cagada no se había ido. Encendió el motor y salio a toda velocidad marcha atrás, girando hacia la izquierda.
Para cuando tenía ya tres ruedas sobre la calle, miro por el espejo retrovisor, y ya era tarde.
Rosa, la de su cita a ciegas, llegaba. Tenia el vestido azul brillante, que como había dicho en sus cartas, la hacia ver como una golosina. Tenía un cabello rojizo, que al darle la luz, parecía cambiar de color. Pudo imaginar como seria su sonrisa, ya que llevaba la boca abierta. Estaba sobre la calle, porque no lograba leer el cartel del bar. Lo había estado buscando, con tanta mala suerte, que lo vino a encontrar cuando el más a prisa iba.
El paragolpe le dio en la rodilla, su cabeza, casi automáticamente dio contra la luneta trasera dejando recuerdos de lo que había en su interior. Sangre. Y el cabello rojizo, ahora parecía fluir, pero no lo hacia.
Abrió los ojos, clavo los frenos, con la mala suerte, de arrastrar con las ruedas bloqueadas, la mano de la joven, que a estas alturas, yacía en el piso.
Esa mano ya no serviría para hacer las caricias que prometía en las cartas que le llegaban todos los meses a la mugrienta pensión en la que vivía.
Se bajo, y a los gritos, pidió que alguien llamara a una ambulancia. Los vecinos lo miraban inmutables. La vieja volvió a reír, manchada de sangre, por abrazar al cadáver de su barrabas personal.
Un peatón, que recién llegaba a la escena, después de ver al hombre sangrando del hombro y las costillas. La joven bajo el auto, inundando la calzada de sangre, y la vieja, pintada de rojo, abrazando al cadáver, mientras el cantinero limpiaba el caño de la escopeta; decidió llamar a la policía, y ellos evaluarían el resto.
No hubo preguntas, solo vallaron la zona, tranquilizaron a la vieja, pidieron disculpas al cantinero, y apresaron al taxista, que a estas alturas, se lamentaba de no haber seguido una carrera universitaria.