viernes, 3 de abril de 2009

De Putas, Drogas, Dinero y Violencia

Habíamos cobrado un paquete de plata, las bailarinas daban un show espectacular, mientras el whisky y la cocaína nos llenaban por todos lados, y sucumbíamos ante la mesa, solo para levantarnos a seguir tomando y aspirando en un eterno festejo.
Carlos estaba desaforado entre las tetas de una bailarina, sentado en la falda de otra. Yo era mas precavido, solo miraba. Incluso algunos de los guardias habían sido invitados al festejo.
Todo empezó el martes a la mañana, cuando Carlos y yo, cansados de la vida nocturna, decidimos exponernos al sol, y a los negocios que si bien se manejan a la noche, se ejecutan al día.
Fuimos a cobrarle a Alfonso, que tenia grandes deudas por el poker y las bailarinas, eso me jode. La gente debería saber cuando decir que no. Se lo enseñaríamos de cualquier modo.
Entramos a una sucia pensión, que regenteaba un viejo de ojeras profundas y violeta, con las venas de los costados resaltadas, ese verde ingles que hace pensar a uno que la piel es mucho menos espesa de lo que uno cree. Todavía conservaba algunos pelos en la parte superior de la cabeza. Era patético.
Las humedades habían ganado posiciones por todo el edificio, y el gastadísimo empapelado caía de a colgajos, cambiado de color por la falta de luz, de aire.
Sin titubear, desenfunde mi 357. Resplandeciente, como siempre. La apoye sobre el mostrador, mire fijo al viejo, que no parecía verse sorprendido, y dije: Viejo, hay una sola razón por la que no te disparo ahora, y es que no tengo ganas de ponerme a leer tu letra de mierda, pero me están entrando las ganas. Así que mejor te apuras y me decís a donde duerme Alfonso Martínez, o se te acaba y me entra lo de lector de repente.
El viejo, sin apurarse o tardarse más, empezó a seguir los renglones con el dedo índice.
A los 4 minutos, ya empezaba a desesperarme. Comencé a menear mi 357, hasta que hiciera ruido contra el mostrador. El viejo no se apuraba. Desistí de apurarlo, y resulto. Habitación 26, al fondo del pasillo, la de la puerta rajada.
Allá vamos, esto se va a poner bueno. Alfonso era un hombre petizo, de mal carácter, pero pocos recursos para la violencia. Nosotros, todo lo contrario.
Durante la corta caminata, Carlos no hacia más que reírse del estado de la pocilga, de sus olores, colores, etc.
Silencio, le ordené. Nos acercábamos, y no quiera que esto saliera mal. Era bastante dinero, o por lo menos eso creíamos.
A decir verdad, nunca use mi 357 en otro lugar que no sea el campo, contra latas, o señales viales. No estaba seguro de lo que se sentía al apuntar a un ser humano, sabiendo que no solo le vas a quitar la vida, sino que vas a rociar toda la habitación de recuerdos de ello.
Me paro al frente de la puerta, tiene una rajadura grande, que va desde el número, hasta poco más debajo de la mitad.
Por la puta rendija lo veo, y para mi desgracia, el a mi.
Me apuro a patear la puerta, pero ni bien entro, justo antes de levantar mi cañón de bolsillo, el hijo de puta me tira con un cenicero, con la mala leche que me da en la ceja. Recién entro, y ya estoy sangrando. Esto le va a salir carísimo.
Con el ojo directamente cerrado, me reincorporo. A mis espaldas, escucho a Carlos cargar su escopeta recortada. Nosotros no andamos con rodeos.
A las piernas, grito sin poder ver la situación.
Un grito desde una puerta, que supongo debe ser el baño, acusa no estar armado, pero eso no supone más que facilidades para nuestra labor.
Logro abrir los dos ojos. Miro a Carlos, y a el no le chorrea mas que transpiración. Manche toda mi camisa, y la había comprado ayer. Haceme caso, tirale a las piernas, repito.
En la mesa de luz había una revista porno, un paquete de Bensons, un encendedor y una lata de bencina. Fantástico. Empiezo a rociar la almohada con la bencina, esto se va a poner bueno. Carlos se agarra la cara, y mueve la cabeza hacia los costados, no le gusta mi condición piromaniaca, pero siempre resulta.
Saco un cigarro de la etiqueta, enciendo el zippo, y después del cigarro, la almohada piojosa y percudida, a estas alturas, sopada en bencina.
Antes de que se incendie del todo, la tiro por la puerta del baño, al grito de –Salí rata, al mal paso darle prisa.
No esperamos ni 5 minutos, que salio, medio arrastrándose, medio gateando. Después de una pequeña carcajada, le dirijo una soberana patada a la cara, por lo del cenicero. Sangre en el zapato. Y todavía no empezamos con el asunto de la deuda.
Mientras se retuerce lo invito a que nos pague, de cualquier modo, con cualquier cosa, pero venimos a buscar lo que es nuestro, y no nos vamos con las manos vacías. Nunca.
Después de una pequeña sesión de golpes y amenazas, nos dice que el negocio no era tan grande. Negocio?
Volvemos a las patadas, pero empezamos a cumplir las amenazas. Todo se puede transformar en un elemento cortante, le digo mientras le entierro un vaso, que rompí hace segundos, en la pantorrilla izquierda. No hace más que lamentarse, y recordarnos que tiene familia. Los hombres de familia no deberían andar con putas, le digo mientras retiro casi todo el vaso que entro en la herida.
Después de un rato de malos tratos, nos señala un placard, que estaba vacío. Volvemos al maltrato, y nos dice que es abajo del placard donde debíamos buscar.
Dos kilos de cocaína, valla a saber uno de que procedencia, y un paquete de billetes verdes. Superaba ampliamente las expectativas y la deuda, pero de allí nos cobraríamos las molestias por haber tenido que ir. A modo de agradecimiento, le caímos a patadas un rato más, pero ya no tenía la misma emoción.
Le dejamos plata al viejo, como para una almohada nueva, y nos fuimos. Supusimos que el sangrante pagaría por la tintorería, pero de cualquier modo, dicen que las manchas de sangre no salen
A estas alturas, el sol se había despegado del horizonte, debían ser las 12 del medio día. Una vez en la camioneta, con el aire acondicionado, el dinero y la bolsa, nos dirigimos en busca de nuestro ganado almuerzo. La zona era un mix de marginalidad y pobreza como pocas veces he visto.
Después de dar un par de vueltas, nos frenamos en un lugar roñoso, en el que todavía podía leerse el cartel de pumper nick, con ese hipopótamo decadente que comercializaba la marca. Al frente del local, un pizarrón decía MILA NAPOLITANA $7. Era el lugar mas apto, los otros no calificaban ni para un depósito de residuos patógenos.
A decir verdad, la comida no era mala. Todo el resto de las cosas que algo tenían que ver cono este tugurio, si.
Lo mejor de estos lugares, es que cuando uno entra con la cara reventada, y la camisa llena de sangre, no solo nadie pregunta nada, sino que no se atreven a mirarlo a los ojos. Mejor mantenerlo así.
Ya debía ser la 1 de la tarde, teníamos que pagarle al personal del club, a las bailarinas, y acomodarnos para la noche.
Camino allí, nos cruzamos con Paco. Paco era un fracasado perpetuo, al que nadie daba crédito, por su demostrada fama, pero era jugador compulsivo, lo cual nunca es malo, si uno tiene una mesa de juegos, que nada tiene de legal.
La situación de Paco en relación a nuestro negocio era complicada. Tenia deudas con nosotros, pero sabíamos que no le cobraríamos nada, aun así, decidimos probar suerte.
Carlos, que iba conduciendo, se acerco a la vereda, andando muy despacito. Yo desenfunde mi medio kilo de cromo y pólvora. Buen día, comencé diciendo. Paco abrió los ojos como si se hubiera ganado el Toto bingo. Había temor en ese rostro, pero mas me emocionaba.
Al ver mi 357, dejo de ofrecer resistencia. Pude ver en sus ojos, como lo abandonaban todas las esperanzas. Mirándome fijo a los ojos, y luego de suplicar un rato, me dijo que todo lo que tenía era un dinerillo que había ganado en una carrera de caballos. Cuando alguien que te debe dinero, y no te lo quiere pagar, comienza con esa frase, quiere decir que después de un poco de plática y golpes, terminara dándote del modo más doloroso, pero sincero, todo lo que te debe.
No contuve las ansias.
Al recibir el impacto, pude ver como se separaban, carne, hueso y ropas, para volar por los aires, después de la bocanada de fuego que salio de la Colt.
Envolvimos el muñón con unos trapos que había en el baúl del auto, subimos al herido, y lo invitamos a que nos llevase a su casa. De a poco íbamos dejando atrás el faltante de pierna, con la zapatilla puesta. No hacia más que gritar y suplicar. Llegamos a la casa. No estaba tan mal. Para un fracasado como Paco, que ahora seria apodado “El rengo”.
Revolvimos un poco, como para cumplir el procedimiento, pero no había nada.
Gire, y mirándolo a la cara, camine tres pasos, no debo haber quedado a mas de dos metros. Pude ver como crecía la aureola de orín en sus pantalones cuando desenfunde de nuevo el revolver.
Tieso, con una mano en lo que antes era una pierna, aprovecho la mano libre para señalar unas viejas ollas. Jale el martillo de la Python. Necesito más precisión, le dije.
Ahí, adentro de al olla roja, la tercera. Ahí esta toda la plata, dijo temblando.
Efectivamente. Era una bola de billetes. Sosteniéndolos en una mano, los baraje, y lo mire nuevamente. Te juro que hay más de lo que les debo, dijo.
Guarde el arma, frote mi mano sobre su cabeza y nos fuimos.
Había sido un buen día, recolectamos mucho más de lo que creíamos, ya prácticamente no teníamos deudores. Después de todo esto, decidimos que hoy el club no abriría las puertas, pero funcionaria a puertas cerradas.
Llegamos, y allí empezamos.
Descuartizamos las bolsas de cocaína, arrimamos unas botellas de whisky y las chicas comenzaron a bailar.
Carlos metido en las tetas de la bailarina. Los guardias enredados entre piernas, corpiños y boas de plumas. Era un descontrol, pero un merecido festejo, hasta que llegaron.
No deben haber sido más de diez. Recuerdo haber escuchado un estruendo y ver volar en pedazos el espejo que me ayudaba de guía para mi polvo energizante.
Todo se detuvo por unos minutos. Las balas rompían los espejos que nos separaban del escenario. Los caños para bailar, echaban chispas como si un herrero estuviera trabajando en ellos. Todo volaba, hasta que lograron vernos. Comenzaron a atinar cuando apuntaron a la orgía de guardias y bailarinas, en el centro de la mesa.
Ya no volaban billetes y cocaína, sino trozos de carne y sangre.
Carlos estaba paralizado, seguía entre las tetas de Nancy, pero ya no se movía.
Un pelado, de barba candado y pulsera de oro, dirigió su AK 47 a la silla que ocupaban Carlos y las chicas. A cada disparo que entraba por la espalda de mi socio, le correspondían tres gritos, dos femeninos y uno masculino.
Creo haberme salvado por la cantidad de sangre que me salpicaron, justo cuando estaba inclinado sobre el espejo.
Después del tiroteo que termino con casi todas las vidas del club, recogieron algunos paquetes de dinero que habían quedado intacto, y se largaron.
Permanecí en la misma posición por más de media hora. Casi podía escuchar mi corazón latir como la batería del grupo pantera. Cuando ya no escuche ni un sonido, me levante, tome la cocaína que quedaba en la bolsa, un puñado de dinero medio manchado con sangre, y salí.
Camine 5 metros desde la puerta, y vino a increparme un pero que no debe haber superado los 30 cm. Feo como el demonio, pero me deshice de el de una patada; cuando escuche una voz que decía: Que feo eso de andar maltratando a los seres vivos.
Al girar para mandar a la mierda al imbecil que me molestaba, me encontré con que era Paco. Estaba dentro de un carro de supermercado, seguía teniendo los trapos en el muñón que le hicimos. Sonreí. Estos idiotas no aprenden su lección sino hasta estar muertos, pensé. Levante mi mano derecha, dirigiéndola hacia la cartuchera donde tenía el revolver, pero nunca llegue a tomarlo. Apareció una nube de perros con características similares al anterior, y con ellos, sus respectivos dueños. 7 linyeras, armados con maderas, caños piedras, y todo tipo de armas arcaicas.
Mientras me golpeaban, intentaba alcanzar el revolver, pero a estas alturas, ya no lo tenía en el lugar que debía, y entre los perros y los cirujas, me convertían de a poco en jirones.
Acabaron con migo, apenas vivía. Repartieron el dinero, se tomaron la cocaína y se fueron.
Perdí todo, me quede sin socio, sin dinero, tengo un club destrozado y hasta los linyeras me han golpeado. Quizás en lugar de un club nocturno, ponga un almacén, si es que lo logro.