viernes, 3 de abril de 2009

Mi llave y yo.

Todos somos héroes, también villanos.
Todos somos victimas, hasta que decidimos ser victimarios.
La vida nos va empujando hacia rincones cada vez más oscuros.

Según mis cálculos, eran cuatro, pero solo tres de ellos intentaron y lograron entrar a mi morada.
Para entrar a la casa de alguien, en especial a la mía, no hay que tener cojones. Despertarme en medio de la madrugada e intentar manosear a mis mujeres, eso si es tener cojones.
Lo primero que hicieron, además de romper el tragaluz del baño, fue tumbar todos los shampoos que algunas mujeres dejan aquí. Eso me despertó, pero intento volver a dormir. El tercer hombre tropezó con el borde de la bañadera, a estas alturas no solo estoy despierto, sino que me estoy encabronando.
Empieza el show.
La ultima habitación de la casa, es la que utilizo para guardar herramientas, allí voy. Mientras los tres idiotas no paran de gritar que esto es un asalto, en la habitación contigua.
Molly y Sally se llevan el susto de sus vidas, ambas están muy buenas.
Molly venia de cuando en cuando a casa, se quedaba unos días, cocinaba, teníamos sexo y me contaba las estupideces que cuentan las mujeres que están buenas. Un día, así como había llegado, se iba. Estaba bien.
Escucho que uno de los malhechores se pone cachondo al verlas en camisón. Tendremos problemas.
Yo en el cuarto de las herramientas, buscando la adecuada.
Finalmente encuentro una llave inglesa de 40 cm., de la época en que manejaba el camión. Con un demonio, que épocas aquellas.
Era la adecuada. Allá voy.
Uno de los cabrones tenia a Sally por el cuello, mientras los otros dos estaban con Molly en el piso, intentando hacerle cosas.
Bajo la mirada hacia mi mano derecha. Agarro con fuerza la llave y levanto la mirada.
Los imbeciles del piso, para manosear a mi "amiga", dejan sus armas a un costado, mientras que el tercero se menea diciéndole groserías a Sally al oído.
En el momento en que el que queda parado se pone enfrentado a una pared, salto desde la puerta hacia el medio de la habitación. La llave y yo.
Uno de los del piso, se entretenía con las tetas de Molly. Estaba muy equivocado.
Le aterrice la llave justo entre la boca y la pera. El carbón casi queda parado del impulso que le imprimí. No creo que se levante. Queda sentado de culo, con la cara convertida en relleno de morcilla. Luego lo seguiré moldeando a mi gusto. Tengo otros dos para divertirme por ahora.
Las chicas no paran de gritar y patalear. Nadie entiende nada.
Con la pierna izquierda pateo las armas que estaban en el piso.
A pesar de ser un enamorado de mi Colt Python .357, creo que las armas son para idiotas. El arte esta en otro tipo de violencia, y estas le quitan brillo.
El segundo que quedaba en el piso me mira, titubea. Error.
Con la pierna derecha le doy justo en la nuez. Me divierte ver la reacción.
Después de senda patada en la garganta, no hace más que tirarse para atrás, y tomarse con ambas manos, tosiendo como una comadreja enojada.
Me regocijo por dentro. La experiencia en peleas no se adquiere leyendo, son años de peleas de bares y parajes de camioneros.
Solo queda uno, y siento ansias de volver a usar la llave.
Las chicas gritan, un tipo toce y el otro sangra.
Si hay algo que no les va a los ladrones, es la psicología. No te conviene hacer nada, me dice el estupido que sostiene a Sally.
Vamos a hacerlo de un buen modo, le digo con una sonrisa. Le sugiero que deje ir a la chica, pero el cabron parece no querer escuchar.
Es lo mejor para todos, digo mientras doy un paso cortito.
Sally es una chica más bien pequeña, y la cabeza del tipo queda justo sobre la de ella. Lo mido, reflexiono y escojo mi movida.
Mantengo el dialogo, para que siga distraído.
Otro pasó corto, y ahí vamos.
En el momento en que baja el arma de la cabeza de la chica cargo con la llave en su frente. Cae como bolsa de yeso. Ella, salpicada por todos lados, no hace más que gritar.
Vayan a otra habitación les digo a las mujeres, que habían venido a visitarme por diversión y se habían llevado esta mala impresión. Los malditos se iban a arrepentir de la idea que tenían mis huéspedes.
Una vez que las chicas se fueron, cerré la puerta y empecé con mi arte. El único que se encontraba conciente, era el que parecía comadreja, así que solo repase el golpe que le había dado. El iba a ser el ultimo en sufrirme, pero mientras tanto, seria publico.
Al que le había dado en la frente, sin moverlo, comencé a patearlo en las costillas. Solo de un lado, no quería dejarle ni una sana. Era el único souvenir que se llevarían de esta casa.
Luego me tome el trabajo de cerrarle ambas manos y dejarlas apoyadas en el piso, para después caerles con todo mi peso. Ya no podrás coger un arma así de simple, murmure alejándome.
El segundo tipo a intervenir era el que sangraba por la boca y la pera. A ese me tome el trabajo de quebrarle todos los dientes, nuevamente con la llave. Las tetas de Molly fueron las últimas que chuparía en su vida. Para cuando termine, ni mejillas le quedaban al cabron.
Solo me quedaba el de la tos.
Aprovechando que este no estaba inconciente, y no podía gritar, empecé a trabajarlo de los pies hacia arriba.
La llave inglesa ya estaba cubierta de este chocolate viscoso que le sale a la gente cuando me causa mala impresión, así que la frote en su remera, mientras le sonreía, bien cerca de su cara. Limpie la llave de ambos lados, y la tome de la parte que tiene para ajustar. Al tipo parecían hundírsele los ojos, y agitaba la cabeza para los lados.
Las manchas de sangre dejadas por su compañero en mi pared, parecían mariposas. Eso me divertía, despertaba mi creatividad.
Arranque con sus canillas. Ese es un dolor inolvidable; Como yo. Le dije mientras levantaba la herramienta. Se la aterrice a unos 15 centímetros de la rodilla. El tipo se retorció como una lombriz.
Para cuando termine con el, le dolía tanto todo, que ya no se retorcía, no podía ni hablar ni caminar. A duras penas podía ver.
Me saque la musculosa, me limpie como pude las manos y salí de la habitación.
Las mujeres todavía moqueaban. Estaban histéricas.
No lo recomiendo, dije, pero si las hace sentir mejor, pueden entrar en esa habitación y cerciorarse de que esos tres se alejaran de la vida del crimen.
No sabia si llamar a la policía o a la empresa de recolección de residuos, pero por mí bien, llame a los primeros.
Después de muchas explicaciones, intentos de idas y vueltas a la comisaría y mucho café, logre que se vayan y se llevasen con ellos a los tres desafortunados.
Esa noche ambas chicas tuvieron que dormir en mi cama.
Seguimos esperando que el cuarto tipo vuelva, mi llave y yo.