viernes, 3 de abril de 2009

Fragmentos Varios

No me hacia falta mirar para los costados. Sabía que el estruendo llamaría la atención, así que sin titubear, desenfunde mi 357. Vi mi reflejo en sus ojos, que a esta altura parecían suplicar, pero las palabras no alcanzaban.
Me di tiempo para esbozar una sonrisa. Parado de lado, con el brazo derecho extendido, apuntando a su futuro cadáver.
El cromo de una Colt Python luce mejor los domingos soleados. Prácticamente destellos que enceguecían.
Hubiera sido oportuno citar alguna frase de Pulp Fiction, pero prefiero el silencio. Se pueden escuchar hasta el roce de sus dedos cuando cierra la mano.
Pulgar derecho sobre el martillo. Queda poco.
Derrama una lágrima. No me moviliza, sigo sonriendo y mantengo las cejas arqueadas. Ya no me tiemblan las manos. No hay vuelta atrás.
Una bocanada de fuego y el brazo se me dobla levemente a la altura del codo.
Lo que antes fue cabeza, ahora es confeti. Una lluvia de cráneo, seso y sangre adornan la zona. Reincorporo la cabeza y el brazo. Todavía humea el cañón.
Después de captar una imagen mental de la escena, y antes que lleguen las palomas a encargarse del festín que les dispuse, me voy.
Por hoy cumplí. Mañana saldré de nuevo a visitar viejas amistades del mismo calibre.

--------------------------------------------------------------------------------------

Era el travesti más feo que vi en mi vida. Los pechos no tenían simetría. La nuez se le notaba desde media cuadra. Los brazos. Los brazos me contaban que en un pasado cercano, había realizado trabajos duros, se había ganado el pan.
Esperábamos el mismo colectivo. Entre el travesti y yo había tres tipos.
Los hombres en manada son insoportables, y estos, además de ser manada, habían tomado más de lo que les hubiera convenido.
Era un martes feriado, Junio. En esta época del año la conjunción del frió, el viento y la soledad de los feriados, quiebran hasta al mas fuerte.
Uno de los tres hombres dirigió una mirada hacia ella. Para no tener problemas, ella les dio la espalda.
Llevamos cuarenta minutos esperando, y el maldito colectivo no viene. La calle esta totalmente desierta.
Los borrachos no paran de hacer comentarios sobre las proezas sexuales que demostrarían al travesti. Parecen no haberse percatado del grosor de sus brazos. De la promesa de fuerza en sus piernas.
Finalmente arriva el colectivo. Fueron 45 minutos de espera tensa e insoportable.
Dejo que la señorita (por decisión) suba primero, por una cuestión de caballerosidad, cuando uno de los borrachos, a la voz de " A donde vas, chiquita", me empuja, logro sujetarme del barral ubicado al costado de la puerta, quedo casi colgado.
El beodo hombre no tuvo mejor idea tocarle las nalgas. Con la ambición de tocarlas a todas juntas, no quería desperdiciar ni el tiempo, ni la carne. La robusta señorita, se encontraba entre el segundo escalón y el pasillo del colectivo, con sus piernas derecha e izquierda respectivamente.
Desagradable, escupiendo al balbucear; el borracho grito: Dale puto, bajate que te gusta!
Yo seguía colgado de la baranda, suponía que esto pasaría rápido.
Pude ver como el travesti presionaba los caños del colectivo, hasta que no soporto más. Por un segundo, todas las miradas se dirigieron a ella, y hubo silencio, de esos silencios que dan miedo. Giro la cabeza, mostrando todos los horribles elementos que componían su cara. Sin emitir si quiera una palabra, levanto la pierna derecha como si fuera a terminar de subir la escalera. No lo hizo.
Luego de levantarla unos treinta centímetros, bajo la pierna con toda la intensidad que la situación ameritaba. Pude ver como el taco aguja, gastado por el peso de la corporeidad de este confundido ser, se incrustaba de a poco en la cavidad ocular del borracho. Se escuchaban salir sustancias viscosas, expulsadas con aire. Sangre y gritos. Si uno hubiera tenido que ponerle titulo a la situación, ese hubiera sido. Sangre y Gritos.
Yo colgaba aun. El borracho gritaba. El travesti movía el talón como si estuviera pisando una cucaracha, y todos los líquidos y demás sustancias que se desprendían, me salpicaban, por proximidad.
Después de unos segundos, la dama que no era del todo del sexo opuesto extendió su pierna con firmeza, a modo de despegarse a quien tenía allí atascado. El hombre cayó al suelo totalmente inanimado. Tanto fue así, que al aterrizar, vino a darse la nuca contra el poste que sostiene la estructura de la parada del colectivo. Más sangre. Ya no se escuchan gritos. Los colores ya no sorprenden.
Con el camino libre, me subo al colectivo. El silencio perdura, todas las miradas siguen dirigidas a ella.
Mientras el colectivo arranca, puedo ver por el vidrio trasero como va creciendo el charco de sangre en el que están sopados los restos del que se creía vivo. La justicia tiene formas muy poco convencionales...