viernes, 3 de abril de 2009

Escenita

¡Con un demonio! otra vez, como si tuviera voluntad propia, el auto se descompone. No voy a malgastar tiempo en intentos sin futuro de arreglos provisorios. Faltan 2 horas para la entrevista. Dejare los otros trabajos para mañana.
Doce cuadras después, espero el colectivo. Parece no venir nunca más, y el sudor empieza a delatar mi cansancio.
Por fin. Veo asomar a dos cuadras esa trompa roja y blanca.
Viaje de por medio, ya estoy en Maipú; solo me quedan ocho cuadras, cuatro hasta 25 de Mayo, y por esa misma hasta el edificio con la fachada de mármol gris.
Aquí vamos. Doblo a la izquierda, agarro 25 de mayo y empiezo a caminar.
Mi copia barata de los Ray Ban Clipper molesta más de lo que ataja el ataque del sol. El alquitrán brota entre las baldosas, con la ambición de volver vereda la suela de mis zapatos. Caminar se hace cada vez mas pesado.
Frente a mí, por lo menos a veinte metros, lo veo venir. Me registra con la mirada de arriba a abajo. Algo trama.
15 Metros, sin nervios, sin prisa. Sigo mi paso normal. Veo que esta nervioso, tenso y no me quita la mirada de encima. Dejo de suponerlo. Va a intentar algo.
7 Metros, mete la mano en el bolsillo derecho. Puedo ver en su brazo, como se tensan los tendones, esta apretando, supongo, la herramienta que usara para tratar de impartirme miedo. Pienso si se lo voy a perdonar.
Esbozo una sonrisa, ya casi lo tengo encima. Lo pongo nervioso. Si este chico, que apenas debe superar lo 16 años, me viera vestido regularmente; probablemente no haría esto.
Finalmente me encara.
A menos un metro y medio, saca la mano del bolsillo. Me desilusiona.
Con los ojos muy abiertos me pide que le de todo lo que tengo. Que no es mucho.
Un intento de cuchillo de unos cuatro centímetros, a su pensar, me distancia de la vida y la muerte.
Puedo ver, en su pantalón deportivo, que alguna vez fue azul, como le tiemblan las piernas. No deja de apretar su herramienta, que al mirar detenidamente, logro distinguir que no es mas que una hoja de cierra bien trabajada, que da la impresión de ser peligrosa.
Lo miro fijo, muevo lentamente la cabeza al costado. No le quito la mirada de encima.
No lo voy a perdonar, pero le voy a dejar la capacidad de caminar erguido.
Habla despacio. Supone mi miedo y me habla con violencia. Evidentemente no sabe mucho de violencia.
Corto su monologo, agarrándole la mano que sostiene el arma.
Para que tenga miedo, le digo, deberías tener un cuchillo de más de cuatro centímetros. Esto no me supone riesgo de muerte.
Aquello que dijo sarmiento, "la letra con sangre entra", va a ser mi herramienta de educación hacia este joven.
Soberano rodillazo en la entrepierna, sin soltarle la mano. Presiono con mi mano izquierda, su derecha, hasta sentir el sonido de los dedos replegándose.
Pienso en mi entrevista, tengo que llegar presentable, así que lo abandono, resarciéndose.
Sigo camino. Me faltan unas cuadras y me sobra tiempo. Recuerdo que por esta zona había un negocio de porquerías inútiles, pero a buen precio. Me apasiona la industria china.
En ese bar que tiene los sillones rojos de madera, pero en una mesa de las de afuera, me parece verla. Cuanto mas me acerco, mas lo confirmo, ella esta de espalda a mí, pero reconozco su pelo, su ropa; hasta su forma de sentarse.
Por mi modo de vestir, no seria fácil reconocerme. Podría intentar pasar desapercibido, lo pensare con el correr de los metros.
Hablan. El tiene los dos codos sobre la mesa y gesticula. Parece agregarle importancia a lo que dice.
Maquino, me enrosco y enredo en pensamientos. Freno en una vidriera cercana a la mesa. Ella sigue de espaldas a mí.
Por mi bien, tengo que irrumpir en la situación. Allá vamos.
Me doy vuelta, y desde este momento empiezo a contenerme. Siento como se me contrae el estomago, fluye violencia. Contenida, pero violencia al fin.
Voy a saludar. El futuro depende de una mirada.
Primero la saludo a ella, la dejo sin tiempo de reacción. Veo levantarse sus cejas por el medio de la frente. Mala señal.
Antes que le cambie la gracia, increpo al señor. Pedro, le digo extendiendo la mano.
El es. No la dejo terminar la frase, solo con una mirada.
No escuche tu nombre -le digo.
Parece enojarse.
Mira para abajo, se ve que siente que la puso a ella en una mala situación.
Levanta la cabeza de nuevo. No necesito saber su nombre, ya lo adivine.
Cortado en jarrito? le pregunto mirando el pocillo vacío con la cuchara adentro.
Disculpa, flaco. Comienza la frase, políticamente correcto.
No te disculpo nada, replico iracundamente incorrecto.
Se enoja, levanta las cejas, abre la boca y supongo que me va a gritar.
Acá empieza.
Le ahorro el grito tomándolo de la nuca.
Quería que la cabeza de en la mesa, pero me había olvidado del jarrito.
Lo revienta con la frente, la cuchara le queda colgando entre los ojos, sujetada entre el cráneo y el cuero cabelludo.
Cualquier corte en la cabeza sangra. Si el lo hubiera sabido, supongo que no habría elegido la camisa blanca para ir hoy a la oficina.
Que haría yo a esas horas en el centro, después de todo?
Imbécil! exclama levantando las dos manos con las palmas hacia arriba, llenas de sangre.
Sonrío. Logre que salga de su posición políticamente correcto. Quizás logre que me devuelva los golpes.
Voy a empezar pegándole despacio. No debo aprovechar mis casi veinte años menos.
Perdón, le digo, es que no me gusta que me interrumpan.
Le agarro la mano y aprieto. Si el jovencito que me quiso asaltar me viera, sabría lo afortunado que fue.
Sigo con el señor. Y mucho menos, que me insulten, sigo diciendo.
Cierra la mano, ojala me de su mejor golpe.
Lo veo apretar la mandíbula. O le esta doliendo la presión en la mano, o esta juntando rabia para golpearme.
Hemos abandonado el dialogo, a mi parecer. El sigue sangrando y todavía tiene partículas de taza por toda la cara.
Viene la mano hacia mí. No lo suelto, y por ello, voy a pagar el precio.
Fue un izquierdazo justo a la mandíbula, supongo que por su posición, no acertó como yo esperaba. Voy a hacer que se levante. Me gustaría que me imprima un poco mas de fuerza.
Ya no me importa mi entrevista. Ya manche mi camisa, otra vez.
Suelto su mano, tirándola hacia abajo con fuerza, y con la misma fuerza, le doy una cachetada con el revés de mi mano. Ojala se levante.
Lo logre. Arroja la silla al levantarse. No me intimida.
Doy un paso atrás, para darle espacio.
Con un gesto de dolor, se saca la cuchara de entre los ojos. Vuelve a chorrear lo poco que había coagulado.
Bajo los brazos, esperando que el golpe sea certero, no me quiero desilusionar nuevamente.
En cuanto levanto un poco la pera, siento la sacudida. Veo todo borroso, y de repente, mi cabeza esta girando a 90º grados de donde estaba. No alcanzo a reincorporarme, que me lanza otro golpe. A este, debería haberlo frenado.
Dos pasos para atrás, y se me esta complicando.
Más allá de los calificativos por la edad, tiene buen estado físico.
Esboza una patada. Si uno no patea rápido, lo mejor es no patear.
Veo la situación en cámara lenta. Levanta una pierna, dejando la otra al descubierto.
Con el brazo aparto su fallido intento de golpe, mientras levanto la pierna para probar la resistencia de su rodilla.
Mala suerte. No logro fracturarla, pero le va a doler por un par de días, cuando se enfríe.
Me decido a acabar con todo esto, de cualquier modo, ya no fui a la entrevista. Mi tarde esta perdida.
Amago una patada, impulso el brazo con la mayo potencia posible.
El aterriza en la silla en que todo esto empezó. Lo siento respirar con dificultad, le di justo en el esternón. Eso no cruje, pero dificulta el conseguir aire.
Intenta levantarse. Lo siento nuevamente con solo tomarlo del hombro.
Ya esta, le digo. No quiero ser el causante de otro huerfano más. Quedate sentado que yo me voy. Sigan la charla.
Sonrío, saludo y me voy. No es que me guste hacer escenitas, pero no me contuve.