viernes, 3 de abril de 2009

De Ganadores y Perros Viejos

Entro al bar como todos los viernes, se sentó en la mesa que estaba contra la pared, justo al frente de la ventana.
Pidió un café y dos tostadas, como siempre, y empezó a mirar alrededor, miro hacia el techo y se detuvo un rato, con la mirada fija en una mancha de humedad. Luego siguió estudiando el lugar.
Iba tan seguido a ese bar que se le había hecho cotidiano, ya no recordaba porque le gustaba tanto ese bar, sino que iba por costumbre.
De repente, casi sin querer, el mozo lo interrumpió, con una mirada culpable le dijo: - acá esta el cafecito y las tostadas don Néstor.
El hombre hizo un movimiento rápido, pero corto con la cabeza hacia la derecha, como para volver en si; miro la mesa con todo servido, y por ultimo, miro al mozo, que seguía teniendo esa mirada brillante de culpa.
Gracias mijo, dijo el viejo.
Miro la taza de café, y entrecerró los ojos, luego la levanto para oler el café, costumbre que también había perdido con el tiempo.
Comenzó a tomar café, de a tragos cortos, saboreándolo y mordiéndose el labio inferior después de cada sorbo. Parecía disfrutar ese café como si fuera el último de su vida.
De repente, los mozos notaron que la mirada del viejo se desconecto, quedo fija en la ventana, donde se notaba claramente el reflejo del viejo.
Se notaba por su forma de hablar, y de caminar, que no era un viejo cualquiera. Que no tenia una historia diferente. Y al parecer, en ese momento, esa historia corría como una película ante sus ojos.
Este viejo simpático que todos veían, en su época de juventud tuvo todas las posibilidades para armar una vida equilibrada, no conoció nunca a una mujer que se le negara, tuvo todas las que quiso en el momento que quiso.
El dinero tampoco le falto, debido a que venia de una familia dueña de campos y fabricas.
Podría haber estudiado y ser el mejor en el campo laboral que hubiera elegido. Pero nada de esto paso, debido a su arrogante juventud.
El único problema que tenia era la toma de decisiones, a nadie en su familia le importaba si su hijo estudiaba, siempre y cuando luzca bien, a nadie le importaba si su hijo era feliz, siempre y cuando presumiera ente sus amigos con su auto convertible. Una familia totalmente superficial, en la cual no importaba el ser, sino el tener. Y este viejo, de joven tuvo todo lo que quería, y todo lo quería era tener objetos para mostrar y ser mejor que otros.
¿Qué valores puede tener un ser criado bajo esos conceptos? Se preguntaba el viejo, con los ojos llorosos que no se quitaban del reflejo de la ventana, en el cual veía a un ser vacío y solitario, repitiendo una rutina que a había perdido el sentido.
No tenia un concepto formado sobre el amor, siempre rodeado de mujeres interesadas por su doble apellido, a esta altura de su vida se dio cuenta que ni siquiera lo conocían ,lo único hacían, era pasearlo por la mas alta pasarela de la sociedad, y para el, esa era su vida.
Su mirada paso de ser una desconexión a una aflicción, los músculos relajados de la cara del viejo hablaban por si mismos, las cejas levantadas y los parpados a medio abrir, daban a entender que este pobre hombre quería nacer de nuevo para aprender a vivir, porque ciertamente, hasta ahora no sabia lo que era vivir.
El vapor del café, todavía caliente se paseaba por su cara, aprovechando la inmovilidad de esta.
Sin sacar la vista del reflejo, Néstor, empezó a hurgar los bolsillos internos de su saco, con desgano, como si la mano tuviera voluntad propia. Hasta que saco del interior de su ropaje un atado de cigarrillos Benson. Saco un cigarrillo y lo prendió
A esta altura, los mozos estaban impresionados por la inexpresión del cliente
El humo del cigarrillo se suspendía en frente de la cara del viejo, pero este seguía inmóvil.
Se vio de repente, en el vidrio, joven de nuevo, abrió los ojos y movió la cabeza hacia atrás.
En ese momento, parpadeo, después de casi tres minutos sin hacerlo.
Después de cerrar los ojos y abrirlos nuevamente, todo volvió a la normalidad, seguía siendo un viejo con una vida malgastada, solo, sin mas amigos que un perro, al cual los años habían golpeado al igual que a su dueño. Un amigo cuya compañía no tenía más motivación que ser alimentado.
En el momento que todo esto se le cruzo por la cabeza, bajo la mirada, todavía triste, levanto la mano derecha, agarrando sin interés la taza de café y bebió lo que quedaba.
Antes de retirarse, dio un último vistazo al vidrio y se levanto moviendo la cabeza de lado a lado. Metió la mano en el bolsillo derecho y saco un billete de dos pesos, luego, introdujo la mano en el bolsillo izquierdo y saco un puñado de monedas y se retiro, con una visión mas clara de su vida. Se dio cuenta de que los hombres no son ganadores por sus posesiones, sino por sus decisiones, llamo a su perro y se fue, dejando las tostadas en el bar.