viernes, 3 de abril de 2009

Con la frente en alto

Solo, no hacia falta más descripción.
Se despertó, corrió las sabanas, se miro desde los pies hasta el pecho y se levanto. Se rasco la cabeza y levantando la vista muy lentamente se miro al espejo. Todo estaba en orden, todo seguía igual, nada había cambiado, y el no había hecho nada para que algo cambie, por lo tanto no se sorprendió.
Arrastrando los pies llego a la cocina, rascándose el pupo con desgano, se sentó en una de las sillas que le habían regalado sus padres cuando dejo el hogar de crianza; y se quedo inmovilizado mirando fijo hacia el microondas.
El tiempo no pasaba, era uno de esos domingos que nunca se acaban.
Sacudió la cabeza en un recorrido corto pero veloz, miro hacia microondas nuevamente y se levanto, agarro una taza del escurridero casi sin querer se preparo un café.
Estando otra vez en la silla, con la taza de café en la mano, comenzó a mirar los electrodomésticos, como si estos lo estuvieran mirando a el. En ese momento decidió salir, el encierro evidentemente le estaba haciendo daño.
Se puso unos pantalones cortos y se fue, sin saber a donde iba ni cuando iba a volver.
Empezó a caminar por el barrio y noto que todas las viejas que estaban barriendo la vereda lo saludaban al pasar, pero unos pasos mas adelante murmuraban algo, todas y cada una de ellas lo hacia; no dejo que esto lo distrajera, siguió caminando para ese lugar que no sabia donde quedaba.
Mirando para abajo, pateando una botella de coca cola aplastada por los autos y raspada por el pavimento, llego a una plaza, y de repente, como atrapado por el transito de los atletas, empezó a correr, sin levantar la vista.
No sabia si era para entretenerse o para seguir corriendo, que comenzó a contar los pasos de quien estaba delante de él, en la misma actividad, corriendo.
Sin previo aviso, los pies de adelante se frenan, con tal rapidez que no le dan tiempo a él de cortar su marcha. Parecía a propósito, que como venia mirando para abajo, le pego a la propietaria de las zapatillas con el medio de la frente en la nariz.
Si uno hubiera estado a dos metros del lugar, hubiera podido escuchar el crujir del tabique, que precedía el chorro de sangre que luego expulso la pobre mujer.
Él, sorprendido por la situación, solo se quedo parado, inmóvil por varios segundos, hasta que la chica, pegándole una cachetada lo insultó.
Ella, perdiendo sangre, no entendía porque este idiota la perseguía, por lo tanto se frena y el mismísimo idiota que la venia persiguiendo, le rompe la nariz de un cabezazo.
- Esteeeeee, disculpa, no te vi. Bueno, en realidad te venia viendo, pero te frenaste de golpe y no tuve tiempo de reaccionar. Dijo él con ojos de niño que rompió un vidrio.
- La gran concha de tu madre, como que no me viste? Deja de hablar pelotudeces y llama una ambulancia pajero!!. Dijo ella con la cara que la expresión merece.
Una vez que la ambulancia llego, ambos se subieron, ninguno de los dos sabia que hacia el arriba de la ambulancia, pero ahí estaban.
El medico le dio un par de indicaciones, le receto pastillas para la inflamación, para el dolor y para dormir.
Ella le pregunto al medico si había algo mas que no debía hacer, y achicando los ojos lo miro a él, el causante de todos sus males.
El, como para compensar, mirándola fijamente, le pregunto al doctor si ella podía salir a tomarse un café con un desconocido.
Fue justo en el momento que parpadeo, cuando los ojos estaban totalmente cerrados, que ella contesto a la invitación con una cachetada.
-¡Te das cuanta que sos un pajero!, No te alcanzo con arruinarme la tarde, ahora me queres arruinar la noche. ¡Rajá ya de acá, pescado!
Mas explicito no podía ser, una cachetada y un grito son dos cosas que dan a entender lo que es ser desechado.
Miro para abajo, y haciendo fuerza con la mandíbula pensó en pegarle, pero no lo hizo.
Bajo primero la pierna derecha de la ambulancia, levanto un poco la vista, detuvo la cabeza y girando horizontalmente la vista, la miro a los ojos. Bajo la otra pierna y se fue.
Cinco cuadras después, cansado de tanto correr, empezó a caminar y a pensar en lo que había pasado, y se hecho a reír mientras caminaba.
Faltaban tres cuadras para llegar a su casa, y todavía riendo, paso por el frente de dos viejas, que sentadas en reposeras sobre la vereda, empezaron a murmurar entre ellas.
Después de haber recibido dos cachetadas y una gran humillación, lo que menos le quedaba era paciencia; no se detuvo, no las insulto ni se acerco a escuchar, simplemente siguió caminando hasta estar a pocos metros, y fue ahí cuando les escupió un montón de saliva que venia juntando, por las dudas algo parecido sucediera. Una vez escupidas las viejas, empezó a gritar: “no me voy a tragar nada mas, pero no se como decirlo”.
Llego a su casa y se tomo el café que había dejado sobre la mesa, se saco el pantalón corto en la cocina, y se fue a dormir. Hacia minutos que se había tomado el café, por lo tanto no podía dormir. Se fue al baño, se miro en el espejo del botiquín y moviendo la cabeza de un lado al otro, esbozo una sonrisa. Abrió la puertita del medio, donde se veía reflejado, y saco unas pastillas sedantes que le había dado su tía abuela.
Como nunca había tomado ninguna clase de psicofármaco, no sabia cual era la dosis adecuada. Se lavo los dientes y se peino, como para levantarse listo para ir al trabajo al día siguiente; y extendió los dedos de la mano, como pidiendo algo. Con la otra mano, inclino el tarro de pastillas hasta que estas no le dejaron ver las articulaciones de los dedos.
Volvió a dejar el tarro donde estaba y cerró la puertita del botiquín.
Abriendo los ojos y mirándose nuevamente al espejo, se introdujo todas las pastillas en la boca.
Después de reiterados vasos de agua se acostó y se tapo, esperando con ansias el efecto de las pastillas.
Acalorado, transpirado y babeado, se levanto a tomar un vaso de agua, otra vez en calzoncillos. Pero decidió cambiar la rutina, esta mañana prendió la radio mientras iba camino a la cocina.
“Veintisiete grados en esta tarde de domingo” anuncio el aparato. Este comentario lo llevo a pensar que no había dormido casi nada. Pero no era así, había dormido una semana entera.
Al llegar a la cocina en busca del tan esperado vaso de agua, vio los pantalones cortos y empezó a pensar que si se había acostado a las 7 de la tarde, no podía ser que halla dormido hasta las 5 del mismo día, en ese momento se dio cuenta de lo que había pasado, y sin sentirse afectado, se puso los pantalones cortos nuevamente y otra vez salió a deambular por el barrio.
Mientras iba corriendo, decidió que lo mejor no era quedarse en el parque, por las dudas apareciera la chica de la nariz rota. Entonces cruzo el parque corriendo y siguió un par de cuadras mas.
Como correr no era una de sus actividades habituales, se canso rápido y decidió volver.
En un momento, se dio cuenta que nuca veía nada de lo que pasaba porque siempre corría mirando para abajo. Así que empezó a correr con la frente en alto, mirando para todos lados.
Le llamo la atención un árbol en particular, porque tenia la corteza de diferentes colores hasta cierta altura, solo por eso se dirigió hacia el mismo.
Unos metros antes de llegar, se dio cuenta de que el árbol estaba pintado, por lo tanto no había magia en la corteza. Aun así, seguía corriendo al lado del mismo.
Un par de metros antes, dejo de mirar el árbol y concentro su mirada en otro árbol que estaba a unos cincuenta metros, cuando se le cerraron los ojos y sintió que la cabeza le rebotaba contra algo. Ese algo era el piso, pero todavía no entendía porque estaba acostado en el piso. Cuando logro abrir los ojos, se encontró con la figura de la chica a la que le había roto la nariz. Y ella, todavía sostenía la madera con la que le había pegado mientras le decía: “Ahora estamos a mano, después de la ambulancia vamos a tomar un café “
Llego la ambulancia y le dijeron que tenia rota la nariz, como su acompañante; después de un par de indicaciones lo dejaron ir. Y se fue con la chica del cabezazo, los dos corriendo y los dos con la nariz rota.
Al día siguiente, no se levanto solo, pero fue porque había hecho algo para cambiarlo.
Y después de muchas horas de mirar el microondas juntos, se dieron cuenta de que eran tan iguales que se aburrían, así que vendieron el microondas y se compraron un tele.
FIN