sábado, 19 de abril de 2014

9 cafés.

Cuarenta minutos de esperar el 29, solo para llegar al centro y decidir si tomarme otro bondi o caminar no se cuanto para que me digan que el tramite no se podía hacer desde acá.
Ya sabia como era, pero igual seguí esperando el puto colectivo.
Una hora de estar parado mas tarde, llegue al centro, con olor a colectivo en invierno en el pelo y en la barba y en la bufanda.
Somos ganado, pensaba mientras caminaba ofuscado por bulevar San Juan, cabeza gacha y las dos manos en los bolsillos. La puta que esta frío.
Cuando llegué al bar del enano, para mi desgracia, me encontré con que había gente, en general; y que había gente ocupando mi mesa, en particular. Otra patada en los huevos del acontecer diario.
Me gusta el invierno, no me molesta el agüita que me cae de la nariz después de caminar, ni sorbérmela durante horas. Nunca sentí la necesidad de soplarme los mocos por esa poca cantidad de líquido.
Elegí otra mesa y me senté, dando por seguro que no me iría hasta la otra punta de la ciudad por ningún medio a que me digan que mi trámite no se podía hacer.
El Enano se sentó un rato en la mesa y nos pusimos a conversar. Yo hablaba de mi desprecio por casi todo lo que hace a esta y todas las otras sociedades, hasta el Enano logró quitarme del monologo contándome la historia de Fernandito, un mutuo conocido.
Me cautivó que la frase siguiente a la del comienzo de la charla, mi amigo dijo “viste que esta todo flaco y desvencijado” PAF! Ahí me tenía, con todos los sentidos a merced de la historia.
Resulta que Fernandito comparte algunos preceptos estéticos conmigo.
Y siguió el Enano: Estaba saliendo con la flaca esa que hablaba de la energía, del alma, y de cómo las cosas malas que haces se te van juntado, y se te arma como un basurero adentro, como que se te oscurece la luz, o una gilada así.
- No tengo idea de quien me estas hablando, respondí, pero por lo que escucho me dan ganas de patearle la canilla apenas se baja de la cama, para cagarle el día. Ahí que se ponga a pensar en las energías y toda esa cagada.
Bueno. Siguió. Se conocieron hace un par de meses en esas fiestas de la facultad, fernet, jipis, tambores, toda la boludez; parece que el Fer se la lleva para la cueva esa en donde vive ahora, y la mina se quedó un par de días. Hasta ahí todo bien, porque el chabon se la quería seguir culiando, así que no le decía nada.
De esto que te digo pasaron un par de meses, por lo menos dos o tres meses.
La mina se quedó, lo hacia tomar te verde o no se que carajo, porque el café hace mal, y mucho mas a la mañana. Y hasta llevó un gato a la casa, que encontró tirado no se donde mierda en alta Córdoba o algo así.
Viste que el Fer es medio flojo para esas cosas, así que no le decía nada a la mina. Pero ahí la tenía ya con mascota y todo.
Seguro que es una reventada, todas esas minas son ex reventadas que se quieren redimir, le dije, pero no me dio mucho mas tiempo para hablar y siguió.
De repente iban para arriba y para abajo el Fer, el gato y la jipi.
Hasta empezaron a hacer una huerta orgánica y dejaron de comer carne. No se cuantas cagadas mas le metió la mina en la cabeza. La cosa el que el loco regaló la tele, el dvd, todas las películas que tenía y creo que hasta la compu. Se quedó en pelotas.
 No logre contenerme y acoté: Que pelotudo el Fer, siempre hace lo mismo.
A medida que la conversación sucedía, el ánimo del Enano iba creciendo, y gesticulaba cada vez con más vigor, con los ojos grandes, que parecían querer salirse de la cara.
No había nada de extraño en lo que contaba, tratándose del personaje del que trataba,  nada me sorprendía.
Llamó a una moza y pedimos dos cortados en jarrito más. Nos íbamos tomando tres cada uno a esta altura. El día estaba gris, y la gente también, todos ahí ocupando lugar; hablando fuerte y aparentando alegría.
El café es un pacto o una tregua que uno puede hacer con alguien o solo. Es un momento de bandera blanca. Un momento en el que no hay porqué, un momento en el que ni siquiera el tiempo juzga.
El Enano volvió a la carga con el relato. Fernandito a estas alturas había vendido el auto y empezaba a usar franciscanas hechas con materiales reciclados. Empecé a sentir pena por el, y a la vez me indigné, porque sabía el desenlace de esa historia.
En ese momento, por la puerta entre la barra y la cocina aprecio el mismísimo Fer, con su campera de cuero gastada, eterna, y sus jeans sobrando por todos lados, con los pelos tristes que le caían sobre la cara.
La chica se fue, los abandonó a el y al gato.

Pedimos otro café.