martes, 8 de octubre de 2013

Sentimiento Villero

Cacho. Si no me equivoco el nombre del tipo que vendía las pastillas era Cacho.
No viene tanto al caso su nombre, pero yo venia de su casa, por una pequeña compra.
Hacía un día había llovido y las calles de tierra estaban convertidas en chiqueros que los autos y los carros amasaban a su paso; mi borrachera me hacía muy difícil el circular por esos lugares.
Según mis cuentas todavía me quedaba un vino en la casa, sonaba a suficiente, sumado a que era abril, y todas las plantas se despedían de sus flores, que cambiaban la vida de aire libre por otra de venta en frasco de mermelada; nosotros los fumadores nos poníamos contentos con la sola idea de fumar flor durante un par de meses.
Cacho, o como carajo se llame, vivía a dos cuadras. Dos cuadras que normalmente no eran difíciles de hacer, pero me acuerdo que ese día se me hicieron particularmente pesadas. Era una madrugada horrible, el vino me empastaba la boca y la caminata no facilitaba las cosas. Las pastillas me ardían en el bolsillo, iban a ser un excelente desayuno.
Un perro salió de un ranchito, del ranchito de Mabel. Era un perro chico, blanco, con un pelaje duro y una actitud de las peores. Intenté patearlo, pero la reducción de mis capacidades hacia de ello una apuesta en la que tenía todas las de perder. Lo dejé que me siga ladrando y mordiendo el pantalón por algunos metros mas. Si pudiera mataría a ese animal, pero le tengo cierto respeto a su dueña.
Seguí, ya faltaban metros nomás, así que grité, ni muy fuerte ni muy despacio.
-         Roxana! Volví, abrime!
Nadie abrió.
-         Dale che! Abrime!
Nada.
Así que intenté abrir la puerta y lo logré, por desgracia.
Supuse que Roxana estaría durmiendo. Ella siempre me decía que no le gustaba ir a los bailes, y que mi abuso de cuanta sustancia encontraba era lo que menos le gustaba de ir a los bailes.
Yo siempre respondía que ella me había conocido así; y debo decir que estaba bastante seguro de que no había derecho alguno a que me pida cambiar, hasta me ofendía.
Saqué mi vino, con una sonrisa de felicitación a mi memoria, por haberlo tenido presente.
Busque el jarrito blanco enlozado que servia de hacedor de mate cocido y de mezclador de bebidas y le metí la media tableta de celeste felicidad que traía de lo de mi amigo Cacho o como carajo se llame.
Los primeros dos tragos fueron de pie, mirando para afuera, como si hubiera algo que mereciera ser visto, y recién ahí fue cuando el cuerpo me dijo que ya debía sentarme.
El día aclaraba, pero no parecía decidirse aun el sol a salir.
Me senté y tragué otra vez, este había sido un trago de los largos, y cuando apoyé el jarrito me di con la nota.
Roxana no estaba dormida.
Roxana ya no estaba.
Y lo del baile era verdad, no le gustaba.
Lo de mi gusto por las sustancias también era verdad; tanto que se había ido de la casa.

Estaba en el Chaco con su madre, yo solo. Solo como antes, o como siempre, pero con un vino y media tableta, que parecía lo mas propicio para la situación. Brindé con migo mismo por los recuerdos.


Versión MUY libre de la canción que lleva el mismo nombre