Cacho. Si no me equivoco el nombre del tipo que vendía las
pastillas era Cacho.
No viene tanto al caso su nombre, pero yo venia de su casa,
por una pequeña compra.
Hacía un día había llovido y las calles de tierra estaban
convertidas en chiqueros que los autos y los carros amasaban a su paso; mi
borrachera me hacía muy difícil el circular por esos lugares.
Según mis cuentas todavía me quedaba un vino en la casa,
sonaba a suficiente, sumado a que era abril, y todas las plantas se despedían
de sus flores, que cambiaban la vida de aire libre por otra de venta en frasco
de mermelada; nosotros los fumadores nos poníamos contentos con la sola idea de
fumar flor durante un par de meses.
Cacho, o como carajo se llame, vivía a dos cuadras. Dos
cuadras que normalmente no eran difíciles de hacer, pero me acuerdo que ese día
se me hicieron particularmente pesadas. Era una madrugada horrible, el vino me
empastaba la boca y la caminata no facilitaba las cosas. Las pastillas me ardían
en el bolsillo, iban a ser un excelente desayuno.
Un perro salió de un ranchito, del ranchito de Mabel. Era un
perro chico, blanco, con un pelaje duro y una actitud de las peores. Intenté patearlo,
pero la reducción de mis capacidades hacia de ello una apuesta en la que tenía
todas las de perder. Lo dejé que me siga ladrando y mordiendo el pantalón por
algunos metros mas. Si pudiera mataría a ese animal, pero le tengo cierto
respeto a su dueña.
Seguí, ya faltaban metros nomás, así que grité, ni muy
fuerte ni muy despacio.
-
Roxana! Volví, abrime!
Nadie abrió.
-
Dale che! Abrime!
Nada.
Así que intenté abrir la puerta y lo logré, por desgracia.
Supuse que Roxana estaría durmiendo. Ella siempre me decía
que no le gustaba ir a los bailes, y que mi abuso de cuanta sustancia
encontraba era lo que menos le gustaba de ir a los bailes.
Yo siempre respondía que ella me había conocido así; y debo
decir que estaba bastante seguro de que no había derecho alguno a que me pida
cambiar, hasta me ofendía.
Saqué mi vino, con una sonrisa de felicitación a mi memoria,
por haberlo tenido presente.
Busque el jarrito blanco enlozado que servia de hacedor de
mate cocido y de mezclador de bebidas y le metí la media tableta de celeste
felicidad que traía de lo de mi amigo Cacho o como carajo se llame.
Los primeros dos tragos fueron de pie, mirando para afuera,
como si hubiera algo que mereciera ser visto, y recién ahí fue cuando el cuerpo
me dijo que ya debía sentarme.
El día aclaraba, pero no parecía decidirse aun el sol a
salir.
Me senté y tragué otra vez, este había sido un trago de los
largos, y cuando apoyé el jarrito me di con la nota.
Roxana no estaba dormida.
Roxana ya no estaba.
Y lo del baile era verdad, no le gustaba.
Lo de mi gusto por las sustancias también era verdad; tanto
que se había ido de la casa.
Estaba en el Chaco con su madre, yo solo. Solo como antes, o
como siempre, pero con un vino y media tableta, que parecía lo mas propicio
para la situación. Brindé con migo mismo por los recuerdos.
Versión MUY libre de la canción que lleva el mismo nombre
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