sábado, 24 de agosto de 2013

Pancho

Debe haber sido el primer o segundo día que  me quedé a dormir en su casa que su gato Pancho me saltó encima. Pancho era un gato grande y gordo, con pelos largos y cara de dañino. Su actitud era lo que lo hacía destacarse entre todas las cosas de la casa. Tenía un andar despreocupado, y una mirada que trasmitía semejante seguridad, que uno llegaba a dudar del lugar que ocupaba en la relación dueño – mascota.
Pancho siempre me saltaba encima, pero cuando lo acariciaba o intentaba algún gesto demostrativo comenzaba a emitir un sonido que me ponía incomodo, un sonido amenazante que le salía desde muy adentro, como si dejara salir algo contenido por mucho tiempo. Esa estadía sobre mí, llegue a creer que no era más que un bloqueo, una estrategia para que yo no me moviera de mi lugar, y en cambio, dejara al suyo en paz; no invadiera.

La dueña del animal se asombraba por las horas que pasábamos sentados en ese sillón sin interactuar. De cuando en cuando Pancho giraba la cabeza y me miraba con esos ojos verdes como checkeando que yo seguía sumiso, que no estaba planeando escaparme de sus abajos. Después de verificar mi inmovilidad, cerraba los ojos despacio, levantando las cejas un poco; y todos sus movimientos eran lentos, como en señal de regocijo pleno. Era un excelente animal.