Se fue cerca del medio día. Se llevo sus ganas
y la mitad de las mías. Podríamos haber tenido un buen día, pero como todas,
ella era una chica ocupada. O por lo menos eso transmitía. Me hablo de proyectos, había estudiado cine por algunos
años, pero como nos pasa a varios, se había aburrido, y estaba buscando alguna
otra cosa que la hiciera sentir viva.
Si me pongo a pensarlo, con un poco de
detenimiento, era bastante parecida a otras chicas que supe frecuentar.
Morocha, flequillo, la piel blanca, muy blanca.
Pero algo tenía, que la hacia ser diferente. No
estaba loca, probablemente eso haya sido una de las cosas que me llamaron la
atención. Era una linda mujer.
No volví a verla, creo que esta en Méjico.
Una de esas noches fuimos a un bar, uno de
esos de gente bien.
Tomaban vino en unas copas que eran más
grandes que su cara entera.
Nunca entendí eso. Por más que los que saben
digan que así tiene que ser, nunca lo entendí, me parece bastante estúpido.
Nosotros tomamos cerveza, yo más que ella,
porque ella no tomaba mucho. Le gustaba motivarse con otras cosas. A mi no
tanto.
Siempre la primer cerveza es difícil, es la
que enciende todo nuevamente. La borrachera, la anterior, queda encendida. Como
una brasa que se activa con el primer trago que se le acerca, una vez que ya ha
pasado. Y todo vuelve a empezar.
Tiene algo de ave fénix en ese aspecto, y no
es fácil incubar un ave fénix, no cuando es domingo y es invierno.
Y esa noche era domingo, y era invierno,
estábamos jugados.
La mañana siguiente no fue difícil, para nada.
Los dos estábamos desnudos, y a pesar de que soy partidario de la noche más que
del día, ese día era agradable. Se veía bien.
Nos miramos, sin levantar las cabezas de la
almohada. Sus ojos parecían de cotillón.
Hay tres horas que nos separan. Otro huso orario.
Creí que nos volveríamos a ver.
Mis días después no fueron muy diferentes.
Los
bares no cambian, la gente si.