miércoles, 22 de mayo de 2013

El Ricardo y el Embolia


Me gustaba andar en bici de noche, y fumar un cigarrillo.
El frio me pegaba en la cara y era genial.
Siempre de noche hay menos autos, y menos gente; las mejores cosas suceden de noche.
Yo venía de una fiesta aburridísima, llena de semi intelectuales pretendiendo mezclarse, a pesar de sus egos anabolizados por algún ciclo de cine de mierda, o la presentación de un chico mantenido por sus padres, sponsors del ahora devenido en artista.
Pillé la bici y me fui para ahí, a donde está lo (a veces) aburridamente incierto.
Esa noche conocí a Ricardo, porque me pidió un cigarrillo.
“Mirá, no es para mí, es para el embolia, que es el perro aquel. Tengo 6 perros, y ese es el más pior de todos, fuma y toma como condenado, me dijo, y me quedé a conversar durante horas”.
Ricardo era pintor y escritor, pero sobre todas las cosas, ciruja. Durante horas se pasó contándome de las cosas que había encontrado en la basura. Siempre las mejores cosas estaban al pie de los grandes edificios. Era llamativo como recordaba las direcciones, y el sentido, por decirlo de un modo burdo, de supervivencia que tenía. Un tipo fascinante.
Al día siguiente llegué tarde al trabajo, y la verdad es que me importó muy poco. Mi cabeza insistía en repetirme los diálogos. El tipo era realmente un personaje fascinante, muy consciente de los manejos de la sociedad, de cómo se mueve el mundo. Quizás más que la mayoría de nosotros, y él decía haber aprendido mucho de la gente a través de la basura, de lo que la gente se saca de encima. Juraba que podía describir a una persona, al momento que esa persona estaba pasando, con solo abrir una bolsita de basura de las chicas, las del súper.
Eran fines de Mayo, y el invierno ya se perfilaba frio, la humedad no se iba, pero los soles largos sí.
Un par de noches después, cuando aún era temprano, como las 9 de la noche, pase por el mismo lugar, y no lo vi. No estaba ni Ricardo, ni su carrito con los cd´s en la parte de atrás, ni los perros.
Me preocupé un poco por un lado, y por el otro, tenía ganas de compartir alguna charla más con él. De algún modo me sacaba de la cosa real. Me ayudaba a ver al mundo desde afuera.
Frené. Doblé hacia lo oscuro, ahí a donde la gente entra buscando cosas, pero termina siendo lo que algunos otros estaban esperando encontrar.
Ricardo! Grité desde afuera, y una voz, que no era la de él me respondió que pase. Lo hice, a pesar de una vida de gente aconsejando no hacer estas cosas.
“eh, para que lo buscas al viejo", me dijo uno que claramente no era más joven que mi amigo el ciruja
Este segundo se llamaba Héctor, pero no era tan interesante. Me dijo que mi amigo podía andar debajo de un puente, cerca de la terminal, porque estaban remodelando, así que la policía no molestaba. Le agradecí y le deje cinco mangos, como para pasar el frio con una caja de blanco, del que arde.
Yo sabía exactamente cuál era el puente, siempre me llamó la atención.
Compré un vino en el camino. El embolia me empezó a ladrar, siempre supe que el cigarrillo no era para él.
Al día siguiente directamente no fui a trabajar.