Me gustaba andar en bici de noche, y fumar un cigarrillo.
El frio me pegaba en la cara y era genial.
Siempre de noche hay menos autos, y menos gente; las mejores
cosas suceden de noche.
Yo venía de una fiesta aburridísima, llena de semi
intelectuales pretendiendo mezclarse, a pesar de sus egos anabolizados por algún
ciclo de cine de mierda, o la presentación de un chico mantenido por sus
padres, sponsors del ahora devenido en artista.
Pillé la bici y me fui para ahí, a donde está lo (a veces)
aburridamente incierto.
Esa noche conocí a Ricardo, porque me pidió un cigarrillo.
“Mirá, no es para mí, es para el embolia, que es el perro
aquel. Tengo 6 perros, y ese es el más pior de todos, fuma y toma como
condenado, me dijo, y me quedé a conversar durante horas”.
Ricardo era pintor y escritor, pero sobre todas las cosas,
ciruja. Durante horas se pasó contándome de las cosas que había encontrado en
la basura. Siempre las mejores cosas estaban al pie de los grandes edificios.
Era llamativo como recordaba las direcciones, y el sentido, por decirlo de un
modo burdo, de supervivencia que tenía. Un tipo fascinante.
Al día siguiente llegué tarde al trabajo, y la verdad es que
me importó muy poco. Mi cabeza insistía en repetirme los diálogos. El tipo era
realmente un personaje fascinante, muy consciente de los manejos de la
sociedad, de cómo se mueve el mundo. Quizás más que la mayoría de nosotros, y él
decía haber aprendido mucho de la gente a través de la basura, de lo que la
gente se saca de encima. Juraba que podía describir a una persona, al momento
que esa persona estaba pasando, con solo abrir una bolsita de basura de las
chicas, las del súper.
Eran fines de Mayo, y el invierno ya se perfilaba frio, la
humedad no se iba, pero los soles largos sí.
Un par de noches después, cuando aún era temprano, como las
9 de la noche, pase por el mismo lugar, y no lo vi. No estaba ni Ricardo, ni su
carrito con los cd´s en la parte de atrás, ni los perros.
Me preocupé un poco por un lado, y por el otro, tenía ganas
de compartir alguna charla más con él. De algún modo me sacaba de la cosa real.
Me ayudaba a ver al mundo desde afuera.
Frené. Doblé hacia lo oscuro, ahí a donde la gente entra
buscando cosas, pero termina siendo lo que algunos otros estaban esperando
encontrar.
Ricardo! Grité desde afuera, y una voz, que no era la de él
me respondió que pase. Lo hice, a pesar de una vida de gente aconsejando no
hacer estas cosas.
“eh, para que lo buscas al viejo", me dijo uno que claramente
no era más joven que mi amigo el ciruja
Este segundo se llamaba Héctor, pero no era tan interesante.
Me dijo que mi amigo podía andar debajo de un puente, cerca de la terminal,
porque estaban remodelando, así que la policía no molestaba. Le agradecí y le
deje cinco mangos, como para pasar el frio con una caja de blanco, del que
arde.
Yo sabía exactamente cuál era el puente, siempre me llamó la
atención.
Compré un vino en el camino. El embolia me empezó a ladrar,
siempre supe que el cigarrillo no era para él.
Al día siguiente directamente no fui a trabajar.