Me disponía a hacerme unos fideos, noche tranquila de un día
de victorias (extrañamente).
Como mi viejo me enseñó, primero la cebolla, después el
pimiento y PUF; mientras lo buscaba en la heladera me encuentro con el sobre de
queso rallado.
Me he traicionado.
El tiempo es una cosa rara. Que convierte algunas cosas en
otras.
Lo que ayer fue necesidad, hoy es traición. Y de las peores;
de las que uno se comete a sí mismo.
Cuando me entregaron el titulo de la universidad, estaba
contento porque me había convertido en la idea que otras personas tenían de mí.
Cuando me compre un 0 km, también.
Me traicioné.
Me traicioné al no pensar en mi mañana.
Y no es que me haya puesto a filosofar solo de buena gana.
Estaba con mi whisky, y sonaba la hora pésima, justo en esa parte de “descomponer
el alma”, para ser mas preciso.
Me puse a pensar en cuantos de mis 40 gramos de queso habría
utilizado ayer, a espaldas de mi mismo. Del yo de hoy, que esta cocinando
fideos de nuevo.
La mitad. Me deben quedar unos 20 gr.
Puedo comer con 20 gr de queso rallado, después de todo el
whisky que ya pasó y el vino que esta sucediendo van a ayudar a disipar las
sensaciones.
Mi interna discusión sobre los gramos mas, gramos menos me
hizo acordar a una persona que si se me permite lo patudo, he de llamar un amigo.
Esa noche hacia un frío que inutilizaba las ultimas falanges
de lo que sea, y la luz era mala, y el agua del mate estaba fría para mate, y
medio caliente para el whisky. Pero la charla amenizaba.
Él me contaba sobre alguna situación extraña, con su madre,
con las drogas, con la vida cagándolo a patadas mientras el intentaba llevar el
hilo derecho hasta algún lado que ninguno de los dos sabíamos a donde quedaba.
Me decía que le dijo a su mama que su hijo EL VARÓN era un
drogadicto.
Me lo decía con los ojos vidriosos, no de llanto, sino de
estárselo diciendo de nuevo a él mismo. Auto- confirmándose una derrota, o algo
por el estilo.
Y la charla siguió, el frío no daba tregua, y el pintaba un
mural con un pincel que las egipcias hubieran usado para delinearse los ojos.
Así de fino era.
En la computadora unos adolescentes nos gritaban entre la
distorsión para ver si seguíamos vivos.
Me armé un cigarro, hablamos un rato mas sobre cosas en las que
estábamos de acuerdo.
He visto gente mala. Este tipo no era un tipo malo.
Era tan vicioso como todos nosotros, como cualquiera de
todos nosotros.
Pero no era malo, y a eso nunca se lo dije.
Y me vengo a dar cuenta hoy, con mis (aproximadamente)
20 gr de queso rallado y al otro lado del continente.